Que lo paguen Cristiano y Neymar. Fernando González

La custodia y la seguridad del público que asiste a los espectáculos futbolísticos nos cuestan diez millones de euros anuales a los contribuyentes. Esa es la factura que los cuerpos policiales del Estado despachan periódicamente al erario nacional. Me parece un gasto que no deberíamos asumir los ciudadanos y que podría emplearse en otras necesidades más acuciantes y provechosas. Un desembolso así podría parecer el chocolate presupuestario del loro, y un demagogo populista el escandalizado crítico que opina de esta forma; pero en un país donde no queda un euro para becas de comedor en las escuelas o se suprimen fondos destinados a la investigación oncológica, que financiemos indirectamente la actividad de entidades deportivas que se gastan una millonada en fichajes disparatados me parece un escándalo inasumible.

Las cantidades que se gastan los clubes de fútbol marean a cualquier sufridor de las penurias impuestas y solo se pueden justificar desde un forofismo autista y alienante. Bueno está que se potencie interesadamente el “pan y circo” imperial con el que se distraía antiguamente al personal indignado y las hambrunas insoportables, pero que los directivos futboleros hagan lo que les viene en gana y además los sufraguemos con nuestros impuestos me parece un desatino institucional más propio de otros tiempos felizmente archivados en la Historia. La mayoría de nuestros equipos no tienen un euro en la caja y deben centenares de millones a la Agencia Tributaria, a la caja común de la Seguridad Social, a los gobiernos provinciales y a las instituciones municipales. Otros acumulan impagos y deudas de tal magnitud que terminan intervenidos o simplemente quebrados. Mientras cuelan los chanchullos dictatoriales de los presuntos dueños de las organizaciones, cualquier operación puede ser posible: recalificación de terrenos destinados al uso deportivo, operaciones urbanísticas consentidas por la autoridad, contrataciones carísimas, ampliaciones fraudulentas de capital, ventas a terceros o directivas fantasmas. Todo un arsenal de contabilidades interpuestas y fraudulentas. Así van tirando los equipos, amparados en la épica de un deporte que dejó de serlo hace muchos años y en el patriotismo provinciano que asocia el color de una camiseta con la historia y el orgullo de toda una ciudad: camelos y trágalas que permiten la supervivencia de muchísimos golfos y de proyectos deportivos sin viabilidad alguna. El fútbol, como la burbuja inmobiliaria o la corrupción política, es un ejemplo más de la quimera del oro que nos ha llevado al desastre.

Nuestro fútbol, sin embargo, vive todavía en un Olimpo nebuloso donde no llega el ruido de la crisis. Me dirán ustedes que algunas entidades, como el Real Madrid y el Barcelona, se salvan del fracaso general y pueden vivir al margen del drama nacional. Probablemente tengan razón, pero el resto no tiene ni para pagar la cuenta de la luz. A pesar de todo, observo en el sector una actividad febril que no soy capaz de justificar: se siguen fichando gladiadores en calzoncillos a precios desorbitados, se derriban los viejos estadios y se levantan otros nuevos, se incrementan los presupuestos y se renuevan las equipaciones, los salarios de todos los protagonistas relacionados con el fútbol de élite suben por encima de la media y todos parecen empeñados en aparentar una vitalidad que no tienen. Aquí estamos saneando -con sangre, sudor y lágrimas- el sector público, la banca, los servicios sociales, lo que no funcionaba y también lo que funcionaba… pero el fútbol parece intocable. Deberían pagar de inmediato todo lo que deben al Estado, acomodarse a la austeridad impuesta y abandonar las prácticas mafiosas y chantajistas que vienen aplicando en los últimos años. Para empezar, nuestro gobierno debería facturar a la Liga Profesional de Fútbol lo que nos cuesta a todos garantizar la seguridad en los espacios públicos donde están los estadios y otros servicios que la Administración presta a los clubs de fútbol. Si no tienen los recursos suficientes, que se lo pidan prestado a Cristiano o a Neymar, que son los principales beneficiados en este circo de morosos.