¿Qué le pasa a García-Page?
El presidente de Castilla-La Mancha es de esos políticos que hablan con el corazón y no se muerden la lengua. Él mismo dice que antepone los intereses de su región a los de su partido. En realidad esto último, sin que deje de ser cierto en apariencia, lo ha plagiado de Bono. Y como su mentor, probablemente por la influencia del Quijote, en sus discursos abundan metáforas, refranes y chascarrillos aplicados a la política cotidiana. No es mala cosa porque con ese estilo se acerca a sus electores, los castellano-manchegos que, por ende, tienden igualmente a utilizar semejante manera de expresión tan cervantina. El retrato que hizo Miguel de Cervantes de los venerables habitantes de esta tierra en su obra universal, salvando las distancias temporales, sigue hoy tan vigente como en el siglo XVII. Tanto en las maneras de comunicarse como en el espíritu quijotesco de decir las verdades del barquero. En esto también se ha empleado García-Page. Que se lo digan a Pedro Sánchez. Pero siempre hay una cara b.
La abundancia de verbo que exhibe el político toledano, sin embargo, a veces raya en la incontinencia, lo que le traído algún que otro disgusto como se ha visto estos días. Más cuando se sube a un escenario a pronunciar un mitin electoral donde la exageración, chistes mal llevados e incluso la mentira, suelen ser elementos habituales y destacados del discurso. No es problema solo de García-Page. Es una afición a la que se han sumado prácticamente todos los políticos, siendo Isabel Díaz Ayuso, sin ningún género de dudas, el máximo exponente de tamaña desfachatez.
Que haya otros políticos tan grotescos como la presidenta de la Comunidad de Madrid no le exime de responsabilidad cuando se sube a una tribuna por muy mitinera que sea y por muy complacientes y agradecidos que sean los parroquianos que le escuchan.
En ese afán por presentarse como ser terrenal ante sus correligionarios, García-Page cayó atrapado en sus propias ocurrencias que, siendo tales, no hacen más que descubrir el machismo que esconde tras su fachada de campechano. En un acto de campaña celebrado en Guadalajara, el candidato socialista hizo uso de gracietas de sal gorda al referirse a las vidas sexuales de sus hijos: con su hijo “sí se atreve” a hablar de la vida sentimental porque “es un chico de esos de raza”, pero con su hija, no: “Yo se lo digo siempre: ‘Tú estudias el cuerpo humano en Medicina, pero las prácticas las hace tu hermano”. Un paternalismo mal entendido y peor expresado, pero que obtuvo las risas y aplausos de sus palmeros. A sus hijos, por el contrario, no les debió hacer ni pizca de gracia, como él mismo reconoció.
Días antes, en Talavera de la Reina también tuvo otra oportunidad para haberse callado, pero ciertas colmaturas le cegaron los ojos y le desbocaron la lengua. En la presentación de la alcaldesa de la ciudad y candidata, Tita García Élez, se refirió a ella de esta guisa: “Hasta que no la case no va a dejar de ser alcaldesa”. “Si quieren los del PP quitarse a Tita de encima, ya saben lo que tienen que hacer”. Por supuesto también logró el beneplácito del respetable que, con aplausos y risas, se mostraba henchido de gozo por el humor del patrón.
Alguien podrá pensar que fueron dos deslices mitineros. En realidad, no. Y si se pregunta qué le pasó a García-Page en esos episodios, la respuesta es que no le ocurrió nada. Simplemente García-Page es así y así considera a los habitantes de su región: paletos y pueblerinos. Es su forma habitual de tratar a sus ciudadanos y la manera de gobernar de puertas para adentro de Castilla-La Mancha.
Como pista basta ver algunos programas de la televisión autonómica para comprobarlo.
Es lo que hay. No le pasó nada. O sí.