¿Qué hacemos si nos quedamos sin estilo?

Como todo concepto encasillado dentro del ámbito artístico, el estilo, ha ido, a través del tiempo, de mano en mano y de menú en menú, con lo que la diversidad ha marcado, como no podía ser de otra forma, su destino.

Significativo es que Wladimir Weidle, partiendo de una hipótesis idealista y un tanto sacrosanta, lo haya definido cual alma común que se manifiesta en todo acto creador y como la predestinación de toda actividad personal de un artista. Por su parte, Romero Brest incide también, aunque más a pie de calle, en concebirlo como producto de un trabajo colectivo materializado en modos de expresión condensados en formas válidas para una generalidad o, por lo menos, minoría.

Tales referencias hacen del estilo una formulación básica destinada al entendimiento de un lenguaje artístico que se expresa con arreglo a unas coordenadas de lugar y tiempo. El que sea configurado con más o menos entidad ha dependido de cada intérprete y autor. Herbert Read, por ejemplo, insiste en su exposición de que el estilo es algo más que sus rasgos formales, que es un ethos y tiene un significado espiritual, porque las imágenes que de que se compone poseen un valor simbólico, pese a que no hay que buscar la uniformidad en el mismo pues eso sería contrario a la expresión de una sensibilidad individual.

No obstante, hubo y hay momentos que se antepone el estilo a la propia obra, predominando sobre la idea y considerándolo canonizado –lo que se ha dado en llamar académico-, con lo que acaba provocando una vulgarización y eliminación de la creatividad hasta llegar a conseguir el cese sin permiso de su significado.

Cabe, por consiguiente, decantarse como opción –piensen en alguna más- por la determinación de Meyer Schapiro, respecto a que constituye un fenómeno histórico intangible que se comunica mediante el ejemplo personal, o una intuición de la esencia interior de las cosas (Goethe), así como un proceso creador activo, en el que nuevas formas surgen a partir de la voluntad del artista de resolver problemas específicamente artísticos.

En definitiva, estamos ante una cuestión considerada medular pero variable que ha tenido y tiene –actualmente parece estar muy devaluado- un papel decisivo a lo largo de la historia del arte, propio de un interés sólido en la construcción de una identidad y carácter artísticos.

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)