Prólogo sin vino y perdices
El Museo Árabe de Arte Moderno, MATHAF, de Doha, era tan pobre que dan ganas de dejar una limosna a la salida. Bien es cierto que ahora ya cuentan con uno nuevo, que es una magnífica oportunidad para ofrecer la exhibición de todas aquellas grandes obras adquiridas en el mercado internacional.
Ha sido el fruto de un esfuerzo para luchar contra la inercia y cerrazón de un ideario que en materia artística les está costando ubicarse en los parámetros de la contemporaneidad, al margen de que se palpe un propósito de competir con otros proyectos de índole similar de esta área geográfica.
Sin embargo, también cabe estimarlo como un alarde de ostentación y de dar por donde más duele a los europeos, norteamericanos y asiáticos, con la maquinación añadida de que el amante del arte que arda en deseos de contemplar esta colección ha de emplear unos medios más elevados para tener ocasión de visitarla. Qatar no es precisamente un Emirato para bolsillos sino para carteras llenas.
Pero como dice una expresión Zen: “cuando llegues a la cumbre de una montaña, sigue subiendo”. Y cuando el potencial económico destinado a esta profundidad de lo visible ha rebasado la cima, en orden a hacer imposible lo invisible -ese skyline que pretende ser la visión de una utopía y paradigma de un futuro para los que no tienen vértigo-, la sensación es que esa mayor espiritualidad enarbolada por un islamismo de cinturón de castidad queda desarbolada en aras de una supuesta superioridad.
No por ello vamos a dejar de mencionar a algunos autores árabes presentes en este Centro y que representan una ruptura con el inmovilismo reinante, pese a sus inevitables referencias e influencias internacionales, tales Azzawi, Al Dowayan, Marwan, Guiragossian, El-Salahi, Fattah y Al Said. Probablemente haya muchos más ausentes a los que no he tenido la ocasión de apreciar su trabajo, así que ojalá haya otra vez.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional, Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)