«PORQUE DEL MÁS FINO AMOR…

Teófilo Ruiz

…nace el odio, que es más fino». Iñigo Errejón y sus  más allegados están en la mejor de las disposiciones para comprobar la cruda realidad de los versos de Tirso de Molina (El pretendiente al revés) tras el desenlace de VISTALEGRE II. La línea que separa la amistad y el amor del odio es muy delgada y cuando se traspasa las consecuencias no suelen ser favorables para los vencidos. Las manifestaciones de UNIDAD de los asistentes al cónclave de la formación morada corren el peligro de no ser tenidas en cuenta, ante el deseo de control absoluto manifestado por el vencedor, al plantear las votaciones como un «César o nada». Las destituciones pueden darse por seguras, aunque queda por saber las formas y maneras.

Razón tenía Juan Carlos Monedero (en su papel de San Juan Bautista) al señalar que Errejón carece del carisma de Iglesias. Nada más cierto: la imagen de ratón de biblioteca de Íñigo no llega ni a la altura de la zapatilla de Pablo, con su pinta de Nazareno predicando el sermón de la montaña cada vez que tiene a su alcance un micrófono; en poco más de dos años ha logrado crearse un personaje. Y claro está, son diferentes los planteamientos para llegar a la meta que debe plantearse todo partido político y líder que se precien: el poder.

La propuesta de Errejón se centra en las transversalidad social y la presencia en las instituciones; Iglesias apuesta por los más desfavorecidos por el sistema (tal vez con la esperanza de recuperar a los muchos que votan a las formaciones conservadoras), no olvida la presencia en las instituciones, pero quiere primar la presión de la agitación social. Este planteamiento ha sido calificado por el portavoz de la gestora del PSOE como «pabloleninismo». Hay que buscar mucho en estas «Tesis de febrero», propuestas por el líder de PODEMOS, para encontrar coincidencias con las «Tesis de abril»  lanzadas por Lenin para la toma del poder en el palacio Táuride de San Petersburgo,  animando al partido bolchevique a emprender la Revolución para acabar con el gobierno provisional del príncipe Lvov. Tal vez el rechazo a colaborar con las formaciones socialdemócratas y burguesas (en este caso el PSOE) para alcanzar el poder y lograr mediante la acción de los soviets (ahora la presión ciudadana) sean puntos homologables. El planteamiento de Errejón puede parecer menos «radical», pero tal vez algo más realista: el triunfo de la burguesía, con la Revolución Francesa, además del empleo del Terror, se debió a que ya estaba instalada en los centros de poder, especialmente en el financiero. Estar fuera o de perfil en los focos de decisión difícilmente propiciará la llegada al poder y al control del Gobierno. En cuanto a los más desfavorecidos por el sistema (el proletariado), hasta ahora, solo ha cosechado derrotas o traiciones: desde la Comuna de Paris de 1871 hasta la revolución sandinista: cuando no fue la clase dominante fueron los propios dirigentes (Lenin, Mao, Castro u Ortega) los que colocaron el impulso revolucionario bajo el control de élites burocráticas y corrompidas.

Los participantes en el 15-M pedían la marcha de la casta política pues no se sentían representados por ella. PODEMOS trató de abanderar esa demanda, pero se ha enredado en personalismos y rivalidades por el control del poder en el partido. Los llamamientos a la UNIDAD deberían propiciar una síntesis de las propuestas planteadas en VISTALEGRE II, pero la generosidad no parece ser una de las virtudes que adornen a los dirigentes que se disputan el poder; más bien habrá que esperar un «¡Ay de los vencidos!» y sus daños colaterales.

Se apunta a que la radicalización del PODEMOS puede favorecer al PSOE para recuperar parte de su espacio político. Es una posibilidad que habrá que tomar con más de un grano de sal: el proceso de autodestrucción en el que se encuentran los socialistas parece casi imparable y las esperanzas puestas en Susana Díaz («lo mejor que hay en elPSOE«, Abel Caballero dixit) y su discurso lleno de obviedades será muy difícil que lo impida. Lo visible, hasta ahora, es que la actuación de la cúpula dirigente de PODEMOS desde las elecciones del 20-D ha servido para reflotar a un PP corroído por la corrupción y a su incontestable presidente, prístino ejemplo de una nueva versión del despotismo (más o menos ilustrado): el tancredismo que se alimenta y sostiene con la inacción y los errores de sus oponentes.