POR QUÉ LOS CERDOS NO TIENEN A LAS
La respuesta es contundente y nos la da el catedrático de Filosofía Jerry Fodor en una diatriba contra el evolucionismo, sin fisuras, de los darwinistas (Revista de Occidente, Nº 332): los cerdos no poseen alas porque no tienen sitio donde ponerlas; habría que reconstruir al cerdo en todas sus facetas; y, para colmo, no le servirían para nada en lo que se espera de un cerdo. No hay que descartar que en el lejano pasado hubiera algunos cerdos con alas, pero conviene no mantener la respiración hasta que algún paleontólogo contumaz encuentre un fósil de cerdo con alas.
El evolucionismo social nos ha llevado desde los cazadores-recolectores que desarrollaron el habla, ante lo poco operativo que era comunicarse con gestos en medio de la maleza que poblaba sus terrenos de caza, hasta el urbanita preocupado por no perecer en la carretera, que sus hijos tengan todos los artilugios informáticos posibles y engullan comida de dudosa salubridad, y el empeño ─como se está viendo, completamente inútil─ de poner a buen recaudo sus ahorros.
Los partidarios del darwinismo social (EU, FMI, BCE, Bundesbank, Reserva Federal y especuladores de toda laya), están empeñados en encontrar el fósil del cerdo con alas o, lo que es lo mismo, hacer efectivo un remedo del «eterno retorno» de Nietzsche para recuperar una mal disimulada esclavitud, olvidando que la evolución nos sacó de la opresión servil, del feudalismo, del derecho de pernada, para llegar a la revolución industrial, el estado de bienestar y la sociedad tecnológica. Los que se adjudican salarios y compensaciones astronómicas por actuaciones dudosas o delictivas, no tienen el más mínimo empacho en proponer reducciones de todo tipo y asumen sin pudor lo apuntado por el predicador del «superhombre»: «Para que exista un terreno vasto, hondo y fecundo que haga posible el desarrollo del arte, la inmensa mayoría tiene que estar sometida al servicio de una minoría y, más allá de la medida de sus necesidades individuales, esclavizada a la penuria del vivir… La miseria de los hombres que llevan una vida penosa tiene aún que ser incrementada, para permitir a un exiguo número de hombres olímpicos la producción del mundo del arte» (F.N. Cinco prólogos para cinco libros no escritos. El Estado griego).
La cumbre de la UE que cierra esta primera parte del año no va a ser ni mínimamente borrascosa: las peticiones para la unión bancaria y el aumento de los fondos para el fomento del empleo juvenil son un antídoto harto escaso ante las dosis de Zyklon B que en píldoras de austeridad seguirá suministrando Merkel a sus colegas, mientras prepara alguna que otra alegría fiscal e inversora para asegurarse unos buenos resultados en su próxima cita electoral. La Unión Europea no es que corra el riesgo de saltar por los aires; lo más probable es que quede reducida a la irrelevancia y con ella sus ciudadanos, si se persiste en políticas que han demostrado de forma sobrada y dramática su inutilidad. Con carácter prácticamente irreversible millones de personas han perdido su trabajo, elemento imprescindible para que el individuo sienta la utilidad de su presencia en el mundo, y sienten que el infierno no es un concepto religioso, sino una realidad que le aplasta en su desazón diario. Por fortuna, y en contra de la élite que pretende que se trabaje como coolies chinos y vivamos como chandalas (la última casta) hindúes, la protesta salta en diversos puntos tan distantes como Turquía o Brasil con una interesante novedad: es una protesta con protagonismo transversal, con independencia que en algunos casos incluya a grupos más o menos radicalizados. Por otra parte, las nuevas tecnologías admiten un doble y fundamental uso: sirven para el control y dominio de los poderosos, pero permiten a cualquier usuario espabilado perforar los sistemas, por sofisticados que sean. El pulso está servido y el cambio, para bien o para mal, puede ser planetario, de acorde con los tiempos.