por Francisco Tomás M. (XXV)
Humedezco la yema de mi dedo con la lengua y paso la última página de mi diario. Un año más que termina y una nueva puerta por abrir. No me queda un mal regusto en la boca con todo lo que me ha pasado a lo largo de los últimos doce meses. No todo ha sido malo. Tampoco ha sido el mejor año de mi vida. Pero, siendo ecuánime, debo valorar el aprendizaje intenso y la capacidad para sostener mi tendencia natural al catastrofismo emocional.
Me quedo con esos momentos en los que me he sentido, incrédulo de mí, admirado por alguien. No tengo la sensación de que un efímero momento de vanidad pueda echar por tierra mi humildad personal y profesional. También, para seguir siendo un hombre justo, debo alabar mi capacidad para conservar mis versos en la memoria de mi alma. Tengo mirada de poeta y cada rima sencilla, cada métrica espontánea y cada adjetivo quedan flotando en ese ambiente agradable del interior del alma , que no es otra cosa que el hogar de uno mismo. En ese hogar, nada te reprochas ni te exiges… sólo existe la calma existencial y el abrigo necesario para cubrir las desnudez de nuestros sentimientos.
No he querido buscar en mis recuerdos las deslealtades, las puñaladas por las espaldas, las palabras hirientes o las miradas traidoras. Simplemente, sabía que ya no las hallaría. Los malos tragos de la vida, como el aguardiente barato, hacen daño al ir bajando por la garganta y quemando el aliento pero al día siguiente uno ya no recuerda eso. La mente enseña al corazón a dar portazo a quienes le provocaron arritmias. El corazón inculca al cuerpo la capacidad de regenerarse. El cuerpo se repliega sobre sí mismo y se encierra en el alma. Todo queda recogido y protegido. Así somos, aunque no lo veamos por la ceguera del egoísmo o la barrera del dolor. Somos casi perfectos y semejantes a los Dioses, pero mortales. El valor de que todo lo que hacemos pueda ser lo último es lo que legitima las ansias de vivir.
Se marcha el año anciano
Y se acerca el año niño.
Se prepara el artesano
Y la ilusión me ciño
Despido con una sonrisa
Al año que va acabando
Y despacio, sin prisa,
De año me voy cambiando.
Nada de nadie espero,
Nada de nadie temo,
Soy libre, vivo y siento.