por Francisco Tomás M. (XXIV)

¿Qué haríamos si el firmamento no nos mostrase estrellas cada noche para poder buscar entre ellas a nuestros seres queridos liberados de las cadenas de la tierra? Las almas suben al cielo para guiar nuestras existencias. Sin ellas no habría esperanza, ni futuro, ni sueños…. Temo muchísimo a la muerte. Me horroriza sólo pensar en ello. Sin embargo, la muerte es una de esas realidades inamovibles que marcan, paradójicamente, nuestras vidas.

Hace muy poco ha muerto la mamá de una querida amiga y, cómo decía una sobrina suya, hay un nuevo ángel custodio cuidando de la familia. Muere el rico en la riqueza y el pobre en su miseria pero todos llegamos desnudos y temblorosos hasta la orilla de la Laguna Estigia para pagar a Caronte el viaje en su funesta barca. No sabemos dónde iremos mañana pero tenemos la certeza, o quizás la esperanza, de saber dónde iremos tras la vida.

Esta noche voy a dedicarme a recortar estrellas con una tijeritas pequeñas de puntas redondeadas y protectores de color rojo. Unas tijeritas de esas que usábamos de niños en el colegio. Voy a subirme en una escalera alta, muy alta, para ir silueteando cada alma, en forma de estrella brillante, sin estropear el manto que separa a los hombres de los Dioses. Voy a ir buscando el nombre de cada estrellita y enviársela a sus familias para estas Navidades. No será fácil pero encontraré también aquellas que se me fueron fugaces del seno de mi familia.

No quiero que nadie se moleste por este trabajo que me he propuesto. Será duro pero ilusionante, porque creo que a todos nos vendría bien un brillo cercano de nuestros familiares viajeros en esta época tan entrañable. Después de ponerlas en un sobre y mojar con la lengua húmeda el cierre, voy a echar las cartas con sellos suficientes para que lleguen en envío urgente a sus destinos.

Creo que las estrellas siempre nos mandan mensajes de luz y esperanza. Hasta las estrellas fugaces captan nuestra atención con certero tino para confirmar su existencia y la existencia de las almas de nuestros antepasados cuidando de nosotros.  Por muchas estrellas que uno pueda recortar, siempre quedarán luciendo las almas de aquellas personas que forjaron hace siglos nuestra historia y cuyas descendencias fueron sepultadas por la historia.

Sólo hablar poéticamente de la muerte me alivia y no conviene extenderse en las cosas que producen dolor:

 

Oscura y fría laguna,

Y barca funesta de viaje de ida.

Caronte, que llevas almas de una en una,

nunca me invites a visitar en vida

las almas que nunca se tornaron en astros.

Prefiero vivir sin dinero ni riquezas,

rodeado de libros y trastos,

de amores llenos de pureza,

de héroes griegos y troyanos,

de cartas astronómicas y planos,

de velas blancas encendidas

y de sonrisas amplias prendidas

de mi humilde corazón de poeta

y mis anhelos de anacoreta.