por Fco. Tomás M. (XVII)
Sólo me apetece dormir un sueño eterno. Cuando el ánimo nos abandona y la esperanza se esconde hasta hacerse invisible, nos adentramos en una senda tenebrosa en su busca. No es nada sencillo caminar sin saber dónde se pisa y tener que llevar las manos por delante para no chocar con algo o alguien. No son tinieblas, es una densa oscuridad circundante, que nos limita la posibilidad, no sólo de caminar sino casi de respirar. Me cuesta respirar. No encuentro aire que me parezca limpio ni me llegan aromas que me despierten del letargo emocional. Claro que el tiempo lo cura todo, pero el tiempo sólo corre cuando no se repara en él y se hace notar con cabriolas, danzas macabras y volteretas cuando queremos que avance mirando fijamente las manecillas del reloj. Muchas veces quise detener el tiempo y no conseguí ni retrasarlo… ahora que quiero que corra, se queda quieto y me mira a los ojos desafiando mi valor endeble y retando a mi escasa paciencia. Corre y vuela… corre y vuela… mascullo entre dientes para ver si se obra el milagro, como cuando de niños rezábamos para que no descubriesen que habíamos hecho alguna travesura. No aguanto mi insoportable levedad en estos momentos dañinos pero necesarios. Sólo sé que no volveré a caer tan bajo que no me pueda levantar. Me voy a la cama para no dormir pero con las esperanzas de que las horas no se me hagan demasiado interminables.
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Temo a la soledad. Esa soledad que se convierte en la más fiel amante del desamparado. Temo seguir volviendo a casa sin nadie a quien besar en el futuro y dormir soñando con amores que vendrán. Temo a la soledad y no me importa confesarlo porque es de necios no confesar los miedos por vergonzosos que sean. Tarde o temprano, seré infiel a la soledad con alguien que me haga compañía aunque la espera se antoje larga. Temo a la soledad. Sí, temo a la soledad como el naufrago teme no ser nunca rescatado mientras mira día tras día un horizonte plano. Temo a la soledad, pero no quiero cualquier compañía. La mujer que yo quiero no necesita ser perfecta sino parecerme perfecta sólo a mí. Los temores se disipan con la luz, así como a los niños se le consuela de sus terrores nocturnos con abrigos de cariño y palabras protectoras. Pero hay temores que son más difíciles de sobrellevar que otros y la soledad es una “Parca”, que maneja los hilos de mi vida y tira de ellos, cuando quiere, para no dejarme actuar con mi propio guión. Marionetas del destino somos todos, pero algunas consiguen cortar sus hilos y manejarse durante un breve pero intenso tiempo de felicidad. Es cierto que pasear a un perro con una correa le enseña a comportarse de acuerdo a una ciudad que le es hostil… pero qué felices corren como locos por un campo abierto. Eso es lo quiero… correr y respirar hondo y oler las flores y el césped mojado, meterme en un charco y mancharme de barro. Quiero salir corriendo sin saber a dónde ni importarme, pero no quiero ir solo.
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Qué difícil es no extrañar la cama propia. Cuando dormimos en otra cama, nos sentimos extraños y es complicado conciliar el sueño. Pero a todo se acostumbra uno y con el tiempo se aprende a amoldarse a una cama ajena. Qué difícil es acostumbrarse a una cama que no sea la propia y qué doloroso es separarse de esa cama cuando uno ya ha acomodado su cuerpo a ella. Las camas no entienden de sentimientos pero cuando duermen dos personas enamoradas parece que se vuelven extremadamente confortables y cuando duerme solo una persona… qué grande parece, qué frialdad se nota y qué desolado se encuentra uno. Las camas son como el cielo para los enamorados o el infierno para las almas torturadas. Tengo una cama solitaria, un corazón temeroso, un alma desasosegada y un cuerpo frío. Sólo mi gatita con sus pequeños movimientos y su calor me hacen soportables las frías noches de noviembre.