por Fco. Tomás M. (XIV)

Le costaba conciliar el sueño a pesar de los somníferos. Las jaquecas eran frecuentes y la incapacidad para sentirse tranquilo cada vez era mayor y más agobiante. La lectura no le producía más que desazón. Probó con un larguísimo trago de vodka antes de entrar en la cama y se dejó caer hacía atrás. Cerrando los ojos con fuerza, imaginó que buceaba sumergido en aguas profundas. Al abrir los ojos, se asustó al ver como todo le daba vueltas. Recordó su infancia, sus amores, sus miedos y quedó inmerso en un desasosegante sueño. Al día siguiente, supo que había entrado en una espiral de autodestrucción de la no sería fácil salir. 9 años después, seguía sin recordar con exactitud lo que pasó tras la explosión en el tren de aquel 11 de marzo.

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Acudió a clase con brío para hacerse pronto con el control de los alumnos. Su discurso era fluido y magnético. Nadie se aburría y todos aprendían. Aquella mañana, una alumna le invitó a ver la obra de teatro que iban a estrenar. Le dijo que habían ensayado mucho y que todo apoyo era poco en el día del estreno. Llegó 10 minutos antes, como era su costumbre, y se sentó en tercera fila. Se apagaron las luces y los focos fueron bailando por el escenario al compás de los textos declamados. Fue apasionante. Volvió a cada ensayo y a cada representación. Dejó los amigos, las cervezas y el fútbol y abrazó de forma vehemente el teatro. Nunca supo cómo empezó todo ni se preguntó cómo acabaría. Aquella joven, parecía ser la única persona del escenario. Sus ojos empezaron a ignorar a los otros 19 actores. Cuando le preguntaban por su impresión de la representación, siempre dudaba sin saber que decir, porque sólo se había fijado en ella. Llegaban las vacaciones y se decidió a confesarle su amor. No supo muy bien cómo pero sutilmente le pregunto si aceptaría cenar con él. Sorprendentemente le dijo que sí. Nunca supo cómo empezó ni se preguntaba cómo acabará. Siempre recuerda, sin embargo, que la vida es… puro teatro.

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Vagabundeaba sin rumbo en busca de un “nosequé”, Ni a las personas veía en su peregrinaje por la ciudad oscura. Las parejas se besaban en las esquinas y algunos personajes declamaban su embriaguez solitaria. Un gato negro se le cruzó por delante con la rapidez de un rayo, pero a pesar de ser negro y no haber casi luz, lo vio perfectamente. Se metió la mano en el bolsillo y sacó un billete doblado de 5 euros, “La última”, masculló entre dientes pero tan contento, que casi se le pudo escuchar. Entró agarrándose a la puerta para no mostrarse tambaleante y en tres pasos se apoyó en la barra. Mucho ruido y poca gente. Apurando ya su vaso y con ganas de irse a casa, observó fugazmente unos labios rojos , un vestido rojo y un esconde generoso. Cuando despertó en su cama, percibió la fragancia de mujer en su almohada, pero ella no estaba. No pudo recordar su noche de pasión jamás. Buscó cada noche aquel garito y nunca lo encontró. Su hermano le llamo para presentarle a su prometida. Acudió a regañadientes y abrazó a su hermano con poco afecto y mucho teatro. “Ramón, esta es Estela.”, dijo su hermano y él sólo vio aquellos labios rojos.