por Fco. Tomás M. (XIII)

Helena abrió el buzón esperando encontrarse sólo algunos folletos de publicidad y algún recibo del banco. Entre esas cosas, que ya preveía, algo que no imaginaba: una carta con el destinatario manuscrito con bolígrafo de tinta azul. Subió presurosa las escalera y entró a casa descalzándose por el pasillo. Se tiró en el sofá y abrió el sobre. Empezó a leer:  “Helena, no recordarás casi ni mi nombre porque hace 10 años que nos vemos. Coincidíamos en las fiestas que se hacían en el chalé de tu primo Alfonso. Durante todos los veranos de mi adolescencia, tu ojos verdes cautivaron a los míos y se han quedado tus miradas prendidas en mi retina. Recuerdo un beso jugando a “¿Beso, atrevimiento o verdad?”. No te preguntes como he sabido tu dirección. No quiero importunarte. Únicamente te escribo para decirte que nunca he podido olvidarte y sigo enamorado de ti como aquel quinceañero de tus veranos en la sierra madrileña. Antes de nada quiero decirte que siempre te querré por encima de todo y que no he intentado ni enamorarme de otra porque sé que te quiero sólo a ti y te amo sin condiciones. Te dejo mi correo electrónico _______________ y mi número de teléfono__________. Te mando un beso sincero, Luis, el vecino de tu primo, al que pillaste espiando por la tapia aquel día en el que te bañabas en la piscina por la tarde sola – fue la mejor tarde de mi vida- y reíste medio enfadada al verme observarte por las rendijas. Aún recuerdo que huí corriendo y me tropecé con una piedra grande del jardín. Si has esbozado una sonrisa, si recuerdas aquella tarde y si recuerdas aquel beso, no lo dudes y llámame… toda la vida estaré esperando.

Medianamente alta, curvas de escándalo, cabello castaño claro con media melena, ojos rasgados y verdes, nariz con personalidad y labios gruesos y perfilados, así era María. Era imposible no caer seducido a sus pies. Se enamoró en menos de lo que se derrite el helado de un niño en verano. Poco noviazgo y boda temprana. Salieron de la iglesia bajo la tradicional lluvia de arroz y gritos de ¡Viva los novios!. Él miró su bello rostro cuando se alzó el velo y se percató en que no sabía mucho de ella. María era prepotente, de trato áspero, egoísta como pocas, para nada una mujer con vocación de ama de casa, derrochadora en ropa y peluquería,  poco cariñosa, pasiva en la cama y nada familiar. Supo todo eso en el viaje tras la boda. Bajo la belleza arrebatadora se escondía una mujer deleznable. Durante mucho tiempo hizo caso omiso a las advertencia de familiares y amigos. Actualmente llevan varios años de “feliz” matrimonio.  Siguen juntos por costumbre pero sin ilusión ni sueños conjuntos.Todos alaban su cordialidad en las fiestas, su sincronismo al hablar, su educación y mojigatería. Ellos le envidian, ellas reconocen la suerte de tener un hombre como él. Nadie sabe el menosprecio que siente cuando ella se quita el maquillaje y se mete en la cama sin decir ni Buenas Noches. Las infelicidades ocultas nunca afloran y jamás sospechamos los dramas personales… pero están más cerca de lo que pensamos.