POR EUROPA

Se cumplen 57 años –25 de mayo de 1957‒ desde la firma en Roma de los tratados fundacionales de la Comunidad Económica Europea (CEE) y de la Comunidad Europea de la Energía (Euratom). La ilusión y los esfuerzos puestos en este gran objetivo por políticos de la talla de Konrad Adenauer, Robert Shuman, Alcide de Gasperi, Jean Monet o Paul-Henri Spaak para lograr la prosperidad de los pueblos de Europa y evitar los desastres armados que se registraron en 1914 y 1945 parecen en este momento más cuestionados que nunca, hasta poner en duda la propia viabilidad de la UE.

La transformación y ampliación del originario Mercado Común Europeo hacia el objetivo de una federación de estados lo más equilibrada y solidaria posible, ha tenido su despertar en la amarga realidad de una crisis que ha desatado los demonios familiares que se creían superados: nacionalismos y particularismos y, de forma especial, una sensación de «sálvese quien pueda», planea sobre el futuro inmediato de la Unión Europea poniendo no pocos nubarrones sobre su futuro. Tan es así que las opciones euroescépticas, o claramente xenófobas, se perfilan en varios países como las formaciones con mayores expectativas de crecimiento e, incluso, de conseguir una victoria electoral que no augura nada bueno.

Muchos han sido los pasos dados en la buena dirección por el proyecto comunitario en pos de una integración y un desarrollo equilibrado de sus países miembros, desde las revisiones de Maastricht o de Lisboa, con la liberación, entre otras medidas, de infinidad de fondos para el desarrollo de los países en peor situación económica. Sin embargo, la idea de la UE como representación del Estado del Bienestar, con el énfasis puesto en la educación, la sanidad, el derecho al trabajo, la protección social y la disminución de las desigualdades es un objetivo que parece fallido. La aparición de elementos cada vez más burocráticos y especializados como el BCE, la Comisión o el Eurogrupo, sin un auténtico control democrático, han convertido al conjunto de la Unión Europea en un espacio común dominado por los mercados.

El capital financiero, desde la City londinense, Wall Street, Luxemburgo, Suiza o los numerosos paraísos fiscales empezó a tomar impulso tras la caída del bloque soviético y, en un movimiento uniformemente acelerado, se muestra dispuesto a arramplar con todo, sin que importen las consecuencias. El nuevo paradigma es el beneficio a cualquier precio. Los informes de los organismos internacionales especializados sobre paro, desigualdad, hambre, pobreza o explotación son sencillamente aterradores. Las cifras de individuos en paro, con España en un lugar muy destacado, nos hablan de un holocausto que implica una irreparable «muerte civil» para la gran mayoría de los que han perdido su empleo. Hasta ahora, a los dirigentes europeos tan solo se les ha ocurrido emplear la «austeridad» para superar una crisis que, con siniestra tozudez, convulsiona  los cimientos al sistema cada cierto tiempo. Es una «austeridad» muy peculiar: corre a cargo de los menos fuertes en el plano económico; las élites financieras y directivas se han otorgado una amplia bula que les dispensa de tan amargos sacrificios.

Europa necesita una «refundación» en base a los principios que la inspiraron, con las innovaciones pertinentes a los tiempos que corren. Por desgracia, no se dispone de políticos de la talla de los fundadores –las propuestas de los principales políticos españoles son francamente mejorables–, pero a falta de dirigentes de talla es la hora de los ciudadanos: en sus manos está el voto, en esta cita crucial, para revertir la situación antes de que la EU salte por los aires.