POLÍTICOS TEMERARIOS

En el Protágoras, Platón señala la «sagacidad»,  la «sabiduría práctica» y la «agudeza» como virtudes necesarias para conseguir el buen desenlace final de nuestras ideas y propósitos. Es evidente que el actual primer ministro griego ha hecho caso omiso de los buenos consejos de tan ilustre antepasado y ha logrado empeorar una situación ya de por sí harto complicada. El triunfo aplastante de su «NO» a las exigencias de la Troika se ha evaporado en pocas horas y se ha visto a un político que ha tenido que pasar por las orcas caudinas de un acuerdo más exigente, rallando con la humillación. De genial estratega, que había puesto contra las cuerdas a la propia Unión Europea, ha pasado a ser un dirigente al que empiezan a abandonarle no pocos de sus apoyos parlamentarios y al que buena parte de los votantes del «NO» le colocan la etiqueta de traidor.

Con unas cartas estimables (el peligro de ruptura del euro y la posición geoestratégica de Grecia), animado por el dimitido Varoufakis, actuó durante meses como si dispusiera de una mano incontestable, utilizando más la retórica del sofista Gorgias  que las atinadas observaciones de la Política de Aristóteles. La realidad ha empezado a ser otra bien diferente: un tercer rescate en condiciones mucho más severas, que dejan a Grecia bajo la tutela de la UE y un prestigio político dilapidado y la coalición Syriza, que apoya al gobierno heleno, al borde de la ruptura. Y lo más grave: las recetas de austeridad han hundido la economía griega y este nuevo rescate apunta más de lo mismo, lo que se traducirá en mayores carencias para la mayoría de la sociedad que, ahora sí, no encuentra la salida del laberinto donde le ha introducido una clase dirigente hereditaria (Karamanlis, Papandreu, Venizelos…) y clientelar que, en última instancia, ha contado con la pasividad o dejación de la inmensa mayoría.

El pulso con los acreedores (la Troika) estuvo mal planteado, llegando a exigirse reparaciones (equivalentes a la deuda total) por las atrocidades de los nazis en la invasión de Grecia. De la memoria colectiva no se han borrado todavía episodios como el de diciembre de 1943, cuando tropas hitlerianas entraron en Kalavrita, una aldea del Peloponeso, y fusilaron a todos habitantes varones. Las mujeres del pueblo, evocando a Antígona, recogieron los cuerpos de maridos y familiares, a pesar de la prohibición de las fuerzas ocupantes. De nuevo la batería de imposiciones a Grecia se está presentado como un castigo de la exigente Alemania por cuentas pendientes del pasado y, también, como una advertencia a las «aventuras» políticas que podrían surgir en otros países, como España. El hecho es que la economía griega está en bancarrota por el mal hacer de sus gobiernos, el    beneplácito de los ciudadanos a un sistema sostenido artificialmente y a unos prestamistas (los bancos alemanes y franceses) que no han asumido ninguna responsabilidad, anteponiendo la recuperación de sus créditos a cualquier otra consideración social.­­

Alexis Tsipras ha intentado, con un erróneo cálculo de sus fuerzas y un menosprecio poco recomendable hacia sus oponentes (la Troika) sacar a su país de la casi irremediable situación en la que se encuentra. Pero ha llevado a cabo su propósito de forma temeraria, con equivocado orgullo. Y para los hombres orgullosos hace siglos que Sófocles lanzó una advertencia vigente: «ven sus arrogantes palabras castigadas por grandes golpes del destino, y solo el paso de los años les enseña a pensar sabiamente».