PEDRO SÁNCHEZ  EN FÁTIMA

En realidad el todavía secretario general del PSOE ha ido a Lisboa que políticamente hace las veces de Fátima. Trata de que el líder de los socialistas portugueses le explique el «milagro» de poner de acuerdo a las fuerzas de izquierda, algo que no se había conseguido ni en la Revolución de los claveles (1974), con un PSP, conducido por Mario Soares, enfrentado al Partido Comunista y a los militares revolucionarios, encabezados por Vasco Gonçalves y Otelo Saraiva de Carvalho.

La victoria insuficiente del centroderecha abrió la posibilidad a una alianza de las fuerzas de izquierda: socialistas, comunistas, Bloco de Esquerda y Verdes. Todo apuntaba a una abstención del PSP para que gobernarse el partido más votado. Sin embargo, se produjo el «milagro» y por primera vez las formaciones de izquierda se pusieron de acuerdo para constituir un gobierno con un programa que rechazaba buena parte del «austericidio» impuesto por la UE. De forma «milagrosa» volvía a sonar Grándola vila morena que cantara José Afonso.

Está claro que Nossa Senhora de Fátima lo clavó con respecto a las guerras mundiales, la reconversión de la Unión Soviética y el atentado contra Juan Pablo II. Sin embargo, su insistencia en el rezo del santo rosario como efecto balsámico para la paz en el mundo ha sido poco acertado: no hay nada más que ver el panorama mundial para darse cuenta del alboroto del planeta. No sabemos los consejos y enseñanzas que haya recibido Sánchez en su peregrinaje al Fátima político, pero mucha tendrá que ser su fe e innumerables los rezos en el «santuario» de Ferraz para que se produzca algo tan increíble como un acuerdo entre los partidos de izquierda de la todavía España. Pues no se trata de un «milagro» de andar por casa, como nos tiene acostumbrados últimamente  la Iglesia Católica para elevar a los altares a algunos de sus siervos más conspicuos. Sería algo parecido a la separación de las aguas del mar Rojo o la multiplicación de los panes y los peces, por señalar ejemplos destacados y trascendentes.

Para empezar, no es tarea pequeña esquivar las puñaladas que lanzan compañeros más o menos destacados contra el que consideran un error que hay que eliminar cuanto antes, dados los magros resultados del 20-D. En el PSOE se registra un permanente enfrentamiento cainita desde su fundación, un impulso autodestructivo que tras la guerra civil de 1936-39 le llevó a un periodo de de hibernación de casi cuarenta años. En un riesgo parecido (incluso desaparición) se encuentra en estos momentos. Colocados ante el hecho consumado de que la historia se repite, «por respeto a los muertos» (como dicen en la magnífica serie de televisión FARGO) no podemos adjudicar a Pedro Sánchez y a Susana Díaz  los papeles de Juan Negrín e Indalecio Prieto. No están a la altura, ni de lejos. Pero sus disputas pueden tener también, como en el pasado, efectos catastróficos.

En cuanto alcanzar un acuerdo con Podemos se presenta como lo del camello y el ojo de la aguja. Pablo Iglesia, que coincide en nombre y apellido con el fundador del PSOE (ironía de la historia), pretende ser el enterrador de la formación socialista y ocupar su puesto. Ya ha realizado un llamamiento a la parte «sensata» de los socialistas, que visto lo visto escasea tanto como los «justos» en Sodoma y Gomorra. Sin embargo, la pretensión del líder de la formación morada es repetir la experiencia de Felipe González y alcanzar la Moncloa. Con planteamientos de esta índole el acuerdo parece impracticable, aunque nada debe descartarse de antemano en la política (vieja y nueva). Para aumentar las dificultades, además, habría que sumar fuerzas nacionalistas que pedirían traspasar la línea roja del referéndum de autodeterminación de Cataluña que podría hacerse extensiva a otras comunidades, instalando la versión digital de los reinos de taifas, que llegaron a 39 tras la abolición del califato de Córdoba en 1031. Otra genialidad española quedaría recuperada para la disgregación europea: el taifismo.

Habrá que esperar a que Pedro Sánchez dé a conocer los consejos recibidos del «pastorcillo» Antonio Costa (primer ministro de Portugal) para ver si ha sido fructífera su vista a Fátima (Lisboa, para el caso) y se realiza el increíble milagro de un acuerdo entre las fuerzas de izquierda. No perdamos la fe.