Para eso están los que mandan
Enterados del zafarrancho interno que terminó por aparcar en vía muerta a Tomás Gómez, muchos se preguntan cómo se deberían elegir en cada partido las candidaturas electorales más adecuadas. Derivado de tal interrogante, que no es más que una parte del dilema, todos tendríamos que tener muy claro a quién se deben las fuerzas representativas que articulan políticamente a la ciudadanía. Parece lógico que se deban al ideario ideológico que justifica su existencia y a la militancia comprometida que trabaja para llevarlo a la práctica, pero ambos instrumentos parecen insuficientes para conquistar el poder. Son necesarios también, como es sabido, dirigentes indiscutibles y capaces, organizaciones perfectamente engrasadas y fuertemente disciplinadas, estrategias inteligentes, simpatizantes proselitistas que se muevan con eficacia en la estela de la formación y el apoyo mayoritario de un electorado que crea en el modelo de sociedad propuesto por el partido. Cuando se intenta progresar primando alguno de los factores sobre el conjunto de ellos, la maquina comienza a petardear y termina por colapsarse.
Por ese camino iba Tomás Gómez, imbatible como parecía después de esquivar los empujones de Zapatero y Rubalcaba, mostrando sus estatutos en un desierto despoblado de convencidos, pretendiendo que prevalecieran los avales de una parte de los afiliados sobre las pésimas impresiones de muchos seguidores independientes del PSOE, sobre los planes globales de la dirección nacional y sobre los pronósticos que le aseguraban un desastre sin precedentes en las urnas madrileñas. Así las cosas, considerando además el enclave emblemático donde se iba a desarrollar el drama, podemos criticar el procedimiento utilizado para descabalgar a Gómez de su caballo renco, discutir hasta la saciedad si la intervención se ajustó o no a las reglas de juego establecidas de antemano, pero nadie debería negar a Pedro Sánchez la necesidad de evitar una derrota estrepitosa en Madrid de las siglas que representa.
Solo se atreven a descalificar a Sánchez los que colocan el aparato partidista de Gómez por encima de los objetivos perseguidos por el Partido Socialista en toda España. En otros tiempos, cuando en el PSOE se aplicaba cierto centralismo democrático de inspiración marxista, la Ejecutiva Federal decidía, el Comité ratificaba las decisiones adoptadas por la cúpula dirigente y las agrupaciones acataban y cumplían con lo establecido. El que se movía no salía en la foto y aquella advertencia lapidaria simbolizaba una forma eficaz de gestionar los asuntos internos, por mucho que disgustara a los responsables más díscolos. A los socialistas no les fue nada mal durante muchos años: ganaron seis elecciones generales, tres de ellas con mayoría absoluta.
Todo lo expuesto puede parecer políticamente incorrecto, pero la izquierda democrática debe permanecer fiel a sí misma. Lo que ahora se lleva, lo más moderno y estiloso, es declarar que los partidos se hacen de abajo a arriba, a base de multitudes superpuestas, sabiamente adiestradas en repetidas veladas mediáticas y perfectamente ordenadas en las redes sociales. La democracia interna consiste entonces, según los nuevos apóstoles de la modernidad, en culminar procesos asamblearios, reales o virtuales, tanto da, transversales y multitudinarios, abiertos y populares, donde cada vecino propone soluciones improvisadas a los problemas reales que la coyuntura plantea. Luego aparecen los líderes naturales, vengan de donde vengan, apañando el cotarro, rechazando lo que ellos consideran desechable, organizándose como la competencia y tomando las medidas que consideran oportunas. Tomen nota señores de la izquierda, sus alumnos aventajados saben perfectamente que para eso están los que mandan.