Para crear lo necesito. No admito juicios morales estúpidos
El artista, por regla general, está sumido en una tensión interna permanente. El proceso creativo, especialmente en algunas de sus fases, requiere una concentración y dedicación muy intensas. Y casi asfixiantes. Incluso en ocasiones esas dinámicas de pensamiento y procesamiento exige un desarrollo prolongado, obsesivo, un tránsito catártico que solamente el agotamiento del autor, a veces después de cuarenta y ocho horas ininterrumpidas, puede ponerle fin.
Tabaco, alcohol, drogas (sobre todo anfetaminas), café, té, fueron y son los pilares que en algunos casos sostuvieron esta actividad interminable. No obstante, el factor fundamental consistió en una autodisciplina, rutina y metodología inamovibles y rígidas. Cualquier incidente que supusiese una perturbación de las mismas, quebraba la continuidad, la fluidez o la idea y costaba enormemente la recuperación de todo lo construido y elaborado hasta aquel momento.
Las excepciones más extremas, entre otras, irían desde un Francis Bacon pintando mejor que nunca en medio de unas monumentales resacas después de seis botellas de vino y copas, hasta un Toulouse-Lautrec que bebía constantemente vino, ajenjo o champán (bien es verdad que no llegó a los cuarenta), o Liszt que, en sus últimos años, ingería una o dos botellas de coñac y dos o tres botellas de vino diariamente.
De entre ellos, unos cuantos defendían este tipo de sustancias –especialmente el alcohol- como instrumentos útiles para distender la mente y propiciar ciertos instantes visionarios, con lo que a su vez sea sintomático que el insomnio fuese frecuentemente uno de los más grandes compañeros en su vida. Y de seguir así puede llegar a ser el más odiado amante de todos.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)