OTRA VUELTA DE TUERCA

Parce que los recortes habidos hasta ahora en la economía española no son suficientes, a la vista de datos tan contundentes como el número de parados. Y con su habitual predilección por el «ordeno y mando» (vía Decreto-ley) el gobierno de MR prepara otro «paquete» de medidas para introducir reformas que mejoren nuestro sistema económico.

En la reciente reunión de primavera del FMI, su directora-gerente Christine Lagarde ha señalado una obviedad: España necesita más tiempo para reducir su déficit público. Se pongan como se pongan los autoridades alemanas y sus seguidores, que han hecho del control del déficit y de la austeridad, un «Absoluto» hegeliano, los plazos y las cifras comprometidas de reducción no se podrán conseguir. La economía de la Eurozona va de mal en peor y de forma especial los países del Sur, entre ellos el nuestro. Las palabras del ministro Luis de Guindos de que habrá crecimiento económico en el próximo año tienen la misma fiabilidad que las predicciones de los tarots televisivos.

Cierto que el despilfarro conduce al desastre, pero no es menos cierto que la austeridad a ultranza conlleva a la asfixia. Ya no son pocas las voces que piden un relajamiento en los objetivos de control de déficit y austeridad, para destinar inversiones que atenúen  y mejoren unas cifras de paro que alcanzan cotas insoportables. Con la insistencia en las políticas de austeridad lo que el ciudadano percibe es que para los gobernantes están primero los intereses de los bancos que el bienestar de los ciudadanos. Es más, el último «servicio» de ZP, con el apoyo del silente MR, fue la reforma constitucional que elevaba a sacrosanto deber el pago de la deuda antes que cualquier otra obligación del Estado.

Los partidarios de seguir apretando las tuercas con el argumento de que se ha vivido por encima de nuestras posibilidades, prometen ―como el estalinismo en la fenecida Unión Soviética― que el paraíso nos aguarda a la vuelta de la esquina, dado que los sacrificios del presente fructificarán en las bonanzas del futuro. Sin embargo, la realidad es muy tozuda: millones de parados sin cobertura de ningún tipo, desahucios, la hemorragia de la emigración juvenil, trocada en «movilidad exterior» por la enésima sandez de la ministra de Trabajo, o la creciente asistencia a los comedores de Cáritas, son los trazos más visibles de un cuadro que nos muestra que «el sueño de la razón del negocio» engendra el monstruo de la pobreza y el desamparo social.

Despilfarro, corrupción e incompetencia han alimentado la ola a la que se han subido los «deportistas» del capitalismo financiero, fervientes partidarios del beneficio inmediato, cueste lo que cueste, aunque sea el tan traído y llevado Estado del Bienestar, divisa ―hasta no hace mucho, fuerte― de Europa Occidental. La economía social de mercado, la aproximación más acabada a una democracia basada en el equilibrio de los intereses de las fuerzas económicas y productivas, está siendo demolida a marchas forzadas. Iniciaron esta tarea, con especial aplicación los desaparecidos Reagan y Thatcher, y la está completando, con saña, Ángela Merkel. La necesidad de un sistema productivo más competitivo, para hacer frente a los desafíos de los países emergentes y de China, con escasos o nulos niveles de protección social, no puede ocultar la defensa a ultranza de los intereses cortoplacistas de un capitalismo financiero y especulativo que evade sus grandes beneficios en paraísos fiscales, para huir de cualquier contribución al desarrollo del resto de la sociedad.

El futuro no está escrito, pero algunas señales son inquietantes: auge de la intolerancia y la xenofobia, crecimiento de los movimientos neonazis y acciones de violencia, de momento, puntuales. Cuando se haya incurrido en todos los errores nos quedaremos con la última compañera al otro lado de la mesa: la nada (B.Brecht. «El recién llegado»).