OTAN: DE LA GUERRA FRIA A LA CALIENTE

Y la experiencia demuestra que de la «fría» a la «caliente» se llega con más facilidad de lo que la prudencia aconsejaría. Tanto es así que la Organización del Tratado del Atlántico Norte acaba de tomar una decisión que no presagia nada bueno, con la aprobación de una fuerza de intervención rápida en los países del Este de Europa, tomando la situación de Ucrania como argumento.

La OTAN nace en 1949 para asegurar la división de Europa en áreas de influencia pactada por Stalin y Roosevelt en la Conferencia de Yalta (febrero de 1945), con Churchill como testigo. Hasta 1955 Stalin y sus aliados forzosos no responden al desafío militar de los Aliados, con la creación del Pacto de Varsovia, que se disuelve en 1991 tras la desintegración del denominado «bloque soviético». Antes, bajo el impulso de Gorbachov , se habían firmado los acuerdos START (Tratado para la Reducción de Armas Estratégicas) que suponía una gran distensión dentro de la carrera de armamentos emprendida por los dos bloques. Tras la implosión de la URSS, Estados Unidos y sus aliados en la OTAN deciden ensayar de nuevo el «cordón sanitario» sobre Rusia (fracasado en su intento de abortar la Revolución de 1917), para impedir que resurja de nuevo como potencia mundial. La OTAN admite de inmediato en sus filas a países que acababan de dejar el fenecido Pacto de Varsovia. Esta decisión no tuvo respuesta inmediata ya que en Rusia mandaba Boris Yeltsin, centrado en apurar botellas de vodka y repartir las empresas estatales entre amigos y conocidos, buena parte de ellos salidos de los cuadros de mando de las Juventudes Comunistas de la extinta URSS. Pero la llegada de Putin ―heredero directo de la línea autocrática que viene desde Iván el Terrible, sigue con Catalina la Grande y alcanza su punto máximo y terrible con Stalin― ha cambiado la situación. Todo indica que el último eslabón que falta por colocar en la cadena militar que cierre el cerco sobre Rusia no va a ser una tarea fácil.

Ucrania, país dividido en dos comunidades hoy prácticamente irreconciliables, tiene un pasado reciente que levanta ampollas en Rusia: colaboración entusiasta con la invasión nazi y participación en los campos de exterminio. Ha perdido la península de Crimea que fue rusa hasta que una decisión de Kruschev la sumó a Ucrania. Sin  embargo, la reciente sublevación del sector prorruso ha hecho saltar las alarmas y hacer que USA, la OTAN y, a rebufo, la Unión Europea hayan lanzado el «hasta aquí hemos llegado» para parar los pies al expansionismo ruso. Créditos millonarios para apoyar a un gobierno surgido de un golpe de Estado, sanciones económicas severas contra Rusia y, por último, invitación a Ucrania a sumarse a la OTAN, la organización defensora de la democracia occidental.

Bajo la dirección e inspiración de Estados Unidos, esta organización militar contabiliza sus intervenciones por desastres. Tras la muerte de Tito, en 1980, el objetivo era acabar con la rémora «socialista» que suponía la Yugoslavia unida (con alfileres) que había logrado levantar el general-guerrillero que derrotó a las tropas nazis. La OTAN no paró hasta que no se produjo la desintegración de Yugoslavia, con las consiguientes masacres, provocadas por la guerra del todos contra todos que se desató en los Balcanes, con especial virulencia entre serbios, croatas y bosnios. Actuó junto con la CIA para lograr la derrota de las tropas soviéticas en Afganistán, apoyando a los talibanes. Y ahora no son pocos los datos que apuntan que la salida de las fuerzas aliadas de Afganistán facilitará la vuelta de los fundamentalistas, pujantes a pesar de todo el despliegue militar empleado durante años en la zona. La intervención en Libia, para acabar con Gadafi, ha dado como resultado un nuevo Estado fallido y foco de desestabilización en una zona esencial en fuentes de energía (petróleo y gas).  Su actuación en la guerra civil siria ha llegado a convertir a un masacrador de su pueblo (el presidente Asad) en un potencial aliado frente al Estado Islámico. Un Estado Islámico que ha surgido de otra catástrofe provocada por la política intervencionista de Estados Unidos: el derrocamiento de un criminal como Sadam Husein ha sido tan mal manejado que ha provocado un desastre del que todavía están por ver las peores consecuencias.

Aunque los conflictos contra el Estado Islámico y la guerra de Ucrania hayan servido para tapar el gravísimo problema racial que la sociedad norteamericana lleva en su seno desde su formación, no pueden ocultar que son un serio peligro que en el caso  concreto de Ucrania ya ha empezado a afectar a los países de la Unión Europea, por la respuesta rusa a las sanciones económicas emprendidas desde Bruselas. Esperemos que en esta ocasión no se cumpla la afirmación de Roland Barthes que señala que «La capacidad de empeorar es infinita», pues estaríamos de nuevo ante la amenaza del Armagedón nuclear, como ya ocurrió en la crisis de los misiles de Cuba, en octubre de 1962.