OBAMA: VENEZUELA YA ESTÁ MADURA

«Una amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y a la política exterior» de Estados Unidos es el país caribeño para Barack Obama. Al mismo tiempo se avanza en una serie de sanciones para varios funcionarios del gobierno de Caracas, asimismo se muestra la preocupación por la falta de respeto a los derechos humanos y la corrupción imperante en el país. La respuesta del presidente Nicolás Maduro ha sido pedir a la Asamblea nacional una Ley Habilitante «para enfrentar el imperialismo».

Dejando a un lado los excesos verbales y la retórica, parece evidente que estamos ante una fase crítica del enfrentamiento entre la política y los intereses norteamericanos y los intentos del gobierno venezolano de consumar el sueño de Hugo Chávez de hacer a su país el líder del Caribe y países limítrofes. De cualquier forma, este conflicto terminará mal. Para Venezuela, por supuesto.

Que Obama se preocupe en grado extremo por la situación de los derechos humanos en Venezuela suena a sarcasmo, cuando acaba de encabezar una marcha recordando los esfuerzos de Martin Luther King por los derechos de los afroamericanos ―todavía no completados― o asiste impotente a los desmanes de Israel ―su aliado preferente― en Gaza, sin olvidar los incidentes (mortales) protagonizados por la policía de su país en los que la víctimas son siempre negros. En cuanto a la corrupción: lo que le dijo la sartén al cazo.

Parece evidente que a Nicolás Maduro le supera la herencia de su antecesor: un populismo redentorista, con deseos más o menos confesos de convertir Venezuela en potencia regional para llevar a cabo la «revolución bolivariana», una propuesta basada en elementos de difícil casación pues el supuesto inspirador, Simón Bolívar, a lo que aspiraba, junto a la independencia de las colonias, era a establecer un sistema autoritario, de corte bonapartista, regido por él, que terminó por fragmentarse en  diferentes repúblicas, poniendo fin al sueño de un país al estilo del gran vecino del Norte. Los epígonos del Libertador ―Perón, en Argentina, Juan José Torres, en Bolivia; Velasco Alvarado, en Perú―,incluido Hugo Chávez, no han pasado de militares nacionalistas, con programas que no iban más allá de la nacionalización de los recursos fundamentales del país.

La figura que se proyecta del actual presidente venezolano es la versión caricaturizada de su fallecido predecesor, que asfixia a la oposición política y se levanta cada día con el propósito de someter a los ciudadanos a estrecheces cada vez más severas, en una extraña maniobra para ganar apoyos. La realidad es que Maduro fue elegido democráticamente, con el visto bueno de observadores internacionales, y aplica las leyes que le permite el ordenamiento. Como otros muchos dirigentes, utiliza la flexibilidad legislativa para tratar de ocultar el abuso, silenciando a medios de comunicación críticos e imponiendo sus interminables intervenciones, o reprimiendo manifestaciones de protesta o denunciando complot o intentos de golpes de estado, poco documentados en sus pruebas pero que le han servido para encarcelar opositores.

El sueño de Chaves de convertir a su país en una potencia regional se ha venido abajo. La desastrosa orientación de la economía y el hundimiento de los precios del petróleo hacen insostenible el mantenimiento de un proyecto que no se sustentaba sobre bases realistas. Los aliados más próximos ―Perú, Bolivia, Ecuador― no pasarán de la retórica de apoyo. Por contra, el régimen de La Habana, hasta ahora el ejemplo a seguir, ha decidido cambiar de rumbo y entablar negociaciones con el «enemigo». Todo un contratiempo político difícil de asumir.

Venezuela está madura. Con una economía al borde del colapso, pues el petróleo no se va a recuperar hasta que Rusia y el régimen bolivariano sientan sus efectos de forma contundente, y la sociedad dividida en dos mitades enfrentadas cada día con mayor grado de crispación, la solución pasa  por  la derrota electoral del chavismo, algo nada claro todavía, o por el estallido social que desemboque en el golpe militar que denuncia Maduro bajo la inspiración de Washington.

La «Doctrina Monroe» (1823) declaraba que América Latina era una «esfera de influencia» para Estados Unidos. Desde entonces se han registrado, salvo error u omisión, 24 intervenciones directas de tropas norteamericanas en diversos países de América Latina: se empezó en 1846, arrebatando a México la mitad de su territorio y se cerró, hasta ahora, en 1989, con la invasión de Panamá, para arrestar al que fuera su protegido, el general Manuel Antonio Noriega. Nicaragua, Panamá, Cuba, México, Haití, República Dominicana, Honduras, Guatemala, Granada, forman la lista (larga) de intervenciones directas, amén de un permanente «asesoramiento» y apoyo en numerosos golpes de estado y acciones encubiertas, protagonizadas por militares que pasaron por la Escuela de las Américas, centro de formación creado en Panamá en 1946.

De acuerdo con los tiempos, a pesar de declarar que Venezuela es un peligro para su «seguridad», Estados Unidos no intervendrá en forma directa en la solución del conflicto que atenaza al país caribeño, pero no estará muy alejado, con atinados consejos y sugerencias. Si las urnas no ponen fin al gobierno del incompetente Maduro, serán sus propios «pretorianos», los que ocupan cargos bien remunerados en las Fuerzas Armadas o en las empresas estatales, los que le despierten del «sueño bolivariano»: y no se le aparecerá, como a veces asegura, la figura de Hugo Chávez, sino la realidad del fracaso de un proyecto político con bases tan confusas como desconectadas de la realidad circundante.