Nos han querido dejar plantando ideas en un mausoleo
En los años 70 del pasado siglo un grupo de jóvenes artistas emergentes estaban obsesionados con la transgresión sistemática, con la revolución en la forma y en el fondo del arte, con hacer tabla rasa y dar ocasión a una nueva era en la sociedad y en la vida.
A tal situación se llegaría, según ellos, sustituyendo la naturaleza física de la obra de arte por el concepto, por la idea. Había ya demasiados objetos artísticos, sobraban y había que eliminarlos. Por lo tanto, bastaba con plasmar cada proyecto en un texto, prescindiendo de la ejecución entendida como una operación mecánica. La tesis era muy sencilla de explicar: el hacer de los artistas es conceptual, no material.
De todos modos, no es que hubiesen inventado algo, pues ya en su día el francés Cocteau, a la pregunta ¿Qué salvaría del Louvre en un incendio?, contestó: “el fuego”. Lo que coincide más o menos con lo propugnado por Kaprow: el vaciamiento y destrucción de todos los museos –se imaginarán, por supuesto donde irían a terminar las obras que contienen-, excepto algunos que quedaría como mausoleos.
De haberse cumplido tales designios, se nos hubiese acabado lo visual, la mirada, la interrelación entre el mundo visivo y la sensibilidad individual y colectiva, todo aquello que, en definitiva, constituye una plataforma cultural imprescindible. En cierto modo, nos causarían una progresiva ceguera.
No obstante, para los que no se conforman y prefieren el fuego, pueden representar, en un impresionante performance, la calcinación museística y la percepción teórica de los escombros. Si bien creo que lo que tienen en mente es un plan que va más allá del concepto: se trata de que el espectador participe llevándose gratuitamente una porción de los restos abrasados para enmarcarlos en su casa. ¡Menudo chollo!
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)