No voy a quedarme sin la obra ya acabada
Frecuentemente tenemos la incierta y oscura sospecha de que se nos escapa la distinción entre la obra de arte “hecha” y la obra de arte “acabada”. Si bien podría tacharse e incurrirse en una especulación cuya utilidad en la concepción estética sea una pretensión vacía y fuera de lugar.
Pero si nos atenemos a una percepción ontológica respecto al significado de la obra como “la puesta en pie de un mundo” (Heidegger), como un alzamiento en sí misma con vocación de permanencia, el acabado de la misma ha de revelar una verdad que sea la culminación de su esencia.
No obstante, esa verdad ha de ser de sentimientos poderosos, aunque sean oscuros, de intensas y palpitantes sensaciones, de visiones singulares y fuerzas desconocidas, de sorprendentes e imprevisibles realidades.
La obra hecha y no acabada, por el contrario, sería el fruto de un proceso mecánico, técnico, matérico, manipulador, de un saber y un saber hacer, como una actividad que se emprende con el fin de resolver de cierta manera unos concretos problemas con determinados medios.
Por lo tanto, carece de esa dimensión telúrica y espiritual que constituye el hálito sustancial de la creación artística; en definitiva, de ese ente acabado que por fin adquiere y conforma todo su ser.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)