¿No te parece inverosímil, mi amor?
El binomio verosimilitud y arte, o sea, arte igual a imitación exterior de la naturaleza se mantiene en vilo desde el Renacimiento. Lo insólito es que las culturas precedentes como la egipcia, la asiria, etc., no tienen ese enfoque racionalista. Incluso la racionalización greco-romana no consiguió esa tendencia imitativa, aunque se aproximó bastante, por cuanto no pudo despojarse de su visión idealizadora, a pesar de que la civilización romana, su heredera, trató de acentuarla.
Después el cristianismo, con su misticismo y sentido teológico, preconiza también una abstracción figurativa en sus periodos bizantino, románico y gótico. No obstante, volviendo al principio, desde la época renacentista hasta las últimas décadas del siglo XIX, persistió este prejuicio mimético, en lo que se refiere a las configuraciones estéticas, pero en lo concerniente a la mirada del público se prolonga hasta hoy y posiblemente continuará aún mañana, pues éste se resiste a comprender que la naturaleza del arte no es ver las cosas como son o como las considera su conciencia práctica o utilitaria sino como aparecen (Marangoni).
Escribía De Sannctis que el que no tiene fuerza bastante para matar la realidad no tiene fuerza para crearla. Y Baudelaire, por su parte, añadía que todo lo que no es un poco deforme tiene algo de insensible….; la irregularidad es el signo característico de la belleza. Y Marangoni, tomando la idea al vuelo, agrega que la deformación no es un resultado técnico, sino artístico, y que el arte no reconoce ninguna realidad fuera de sí mismo, o sea, que es real respecto a la fantasía y no respecto al mundo exterior.
Por consiguiente, hay que entender cómo mirar y mirar mucho, y no valorarlo como una mera anécdota que concluya con aquel latiguillo de que “no se parece en nada ¿verdad, cariño?, o ¿qué es lo que representa?
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)