No se preocupen, el arte no contagia por ahora

Gregorio Vigil-Escalera
Hacer arte es una aventura de la que ha de trascender vida, conocimiento, historia y hasta muerte. Pero hemos llegado al siglo XXI y la práctica artística se enfrenta a una incertidumbre más que nunca. Incluso pensadores como Thomas Lawson y otros consideran que “ya no merece la pena continuar haciendo arte, puesto que ya sólo puede darse o bien aislado del mundo real o como una fruslería irresponsable”.
No obstante, si la hipótesis de que el tiempo y el espacio son las formas sobre las que se construye la vida, también el arte está levantado bajo esos presupuestos, si bien los cuales en tiempos de pandemia están alterados y removidos. Nuestras vivencias y experiencias ahora no serán probablemente las mismas. Y tal sensación se tiene, como aseguraba Vila-Matas en 2012, cuando se cree que el mundo se va a pique. Pues no fue así, continuó desde entonces aunque a duras penas, y con él un arte ¨”pos” que trataba de hallar un futuro que se les estaba yendo de las manos.
Sin embargo, sea ruptura o evolución a la que nos encaramos, la continuidad está asegurada ya que, según Timothy Leary, es fruto del trabajo producido por artistas, escritores, poetas, periodistas y gentes que pertenecen a la comunicación. Y no es factible que la peste determine el exterminio completo de los actores que hasta hoy han sido los verdaderos artífices de este mundo del lenguaje y la imagen. Lo cual significaría que seguirían ejerciendo su papel a pesar de las insidiosas dificultades y cambios con los que habrán de encontrarse.
Aún así no hay otras evidencias que las históricas y sin ellas no hay tampoco axiomas o dogmas. La libertad que tal situación comporta puede ser aparente si las consecuencias de la plaga son devastadoras, por cuanto lo peor que podría significar es que se inicie un proceso de purga y desguace cuyo término no tenga desenlace, como si fuese una obra de teatro a la que se le despojase del acto final.
Por otro lado, si es que la certeza de la persistencia del mercado está garantizada y posiblemente sin ofrecer cambios fundamentales, ello no sería incompatible con que la mayoría de los artistas, sin sostén y apoyo de ningún tipo, articulasen sus propias ferias, feriales, zocos o bazares al margen de un sistema que los ignora. Y tal práctica contaría con toda la razón y la legitimidad.
La otra amenaza que planea sobre el arte es el uso y abuso de una tecnología que presentaría los atributos de un laberinto cuya desmesura batiría todos los récords de artilugios, artefactos, artificios, trastos, máquinas, aparatos, mecanismos y dispositivos. Se acabó la contemplación y la reflexión, se inicia la alerta física de escape por si se mueven o desplazan hacia ti como observador ingenuo y despistado.
¿Qué podría hacerse si el arte pagano y dionisíaco que hasta ha tratado de desarrollarse, con virginales excepciones, sucumbe entonces a una vida de ultratumba pandémica porque la condenación le ha sumido en el fuego de los infiernos? Déjenlo, no hace falta que respondan.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)