No se lo crean hasta verlo (yo no soy así)

Estaba dándole vueltas a la categoría del hombre como bípedo implume consagrado por Platón, cuando me llaman para comunicarme que me han erigido un monumento en el cementerio con motivo de mi muerte. Como es un gesto a agradecer, me visto de luto y voy a visitarlo. Cuando estuve en su presencia sí que estuve a punto de morirme del espanto que tenía ante mi vista. Seguro que es una tomadura de pelo. Me van a oír.

Para más inri, ayer me dieron la mala noticia de que mi obra “Violeta” había sido confiscada por el Ministerio de Agricultura australiano, porque las plantas no tenían autorización de entrada en el país. Menos mal que el pedrusco con la figura antropomórfica empujando un carrito de supermercado que había introducido de extranjis en un museo americano, todavía sigue allí. Lástima que no haya podido colar también el pavimento con las fotografías de mis heces.

Al salir del camposanto paso por el despacho de recaudación de fondos para la realización de una efigie de cera de Yola Berrocal. Deposité un euro. ¿Dónde irían a colocarla? Me encuentro con un amigo que me comenta lo satisfecho que está  de su última obra, puro romanticismo, tratándose de unos restos de carmín en papel de unos besos dados con el ano. ¿Qué hiciste con el olor?, le pregunto. No he podido hallar la manera de dejarlo bien patente, me contestó.

Me acerqué a una Bienal recién inaugurada con la mala pata de que me dio un apretón tan fuerte y urgente que allí mismo lo hice. Aunque estaba llena de gente la sala estaba vacía, sin la comparecencia de ninguna obra ya que lo que se perseguía era una reflexión acerca de las cualidades invisibles del arte, según el prospecto. Ahora al dejarles esa deposición, contaban en ese momento con una pieza maestra de una sensibilidad intestinal extraordinaria. Además del performance en sí mismo, que tampoco tenía ningún misterio, pues ya mucho antes lo había hecho Diógenes en público con admirable expectación.

De repente apareció una artista colega que conocía con un cajón que le cubría el torso desnudo con unas cortinas en la parte central. Me invitó a meter las manos, lo cual hice, pero me llevé un buen mordisco porque tenía escondido un mecanismo de mandíbulas enormes. Eso te pasa por haber ido por donde no debías, me dijo. ¡Y yo que había soñado con deleitarme con el goce de sus pezones enhiestos! ¡Lo que hacen algunos autores con tal de provocarse mutaciones!

Una vez en mi estudio, he de prepararme para mi nueva intervención, a la que he dedicado toda mi concentración desde hace muchos días. Por fin, me decido por clavar el pene a un madero y colgar unas pesas de mis testículos, con lo que así podría originarse un balanceo pendular de efectos metafóricos y metonímicos –siempre me armo un lío al aplicarlos-.  Y como remate un desatascador viejo en la cabeza, que he sacado sucio del fregadero.

Con ello muestro, siguiendo el hilo del análisis de un profesor de arte, una compulsión visionaria, con su mística, para redefinir un eje vertical sublimatorio de la necesidad de gasificación folicular, rechazando al mismo tiempo la ilegítima penetración de la flácida unidimensional libidinosa del macho guerrero, una disfuncional/disfunción dialéctica homosexual/heterosexual.

En definitiva, que en su momento Georges Bataille ya había señalado que un hombre, tras haberse despedido de espejismos y terrores, avanza tan lejos que no se puede concebir una posibilidad de ir más lejos. Lo que podría ser el caso de los artistas y también los curadores llamados heteróclitos, enfrascados por luchar por el rescate de unas parcelas de libertad en los dispositivos que se entretejen a su alrededor (Leonardo Gómez Haro).

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)