No se le ocurra coger un caramelo
Félix González Torres, nacido en Cuba y en muerto en Estados Unidos de SIDA en 1996 a los treinta y ocho años, formaba parte de un grupo de artistas que intentaban formular una reinterpretación del arte conceptual en base a unas temáticas vinculadas a la muerte, el amor y la pérdida.
Una de las obras más emblemáticas de este autor es de una significación abrumadora: un cúmulo o montículo de caramelos de colores envueltos en celofán contra una pared, que correspondía al peso corporal ideal de su pareja, Roos, el cual acabó falleciendo de SIDA en 1991. Los espectadores que visitaban el espacio en el que se exponía eran animados a cogerlos y comerlos, con lo que en ese momento se registraba un efecto paralelo, como era la pérdida de peso y el sufrimiento gradual de esta persona en su tránsito hacia el fatal desenlace.
Claro que para ello cada visitante debería estar apercibido (no todos somos tan perspicaces) de la naturaleza intrínseca de la obra, de su sentido metafórico y simbólico ligado a la biografía de Félix, de que cada golosina constituía una señal de la memoria que en este caso queda de sí misma, de lo que era en definitiva un suplicatorio de complicidad y sensibilización y un equilibrio en el dar y el tener. Es decir, una íntima interrelación entre vida y arte, y también entre una concepción de este último y su papel dentro de la sociedad que no ampara y sí desprecia.
Ha de insistirse, no obstante, que la apreciación queda mutilada si se desconoce este fondo biográfico, esta experiencia tan traumática que tuvo como un férreo destino una continuación en él mismo, con lo que lo no está descartado que provocaría, o provoca, en el observador una reacción de asombro legítimo, despiste, coña, una reflexión permanente y peliaguda, y un empacho de cuidado si se mantiene demasiado tiempo parado en la contemplación y consumición de la pieza.
Bien es verdad que curadores y galeristas estaban obligados a reponer la pila constantemente, en una apuesta por la perpetuidad de la vida a pesar de todo, es decir, que la existencia vaya consumiéndose no entraña el fin sino la persistencia de su renovación. ¿Y si nadie se toma uno de esos caramelos? ¡Vaya!, ya me he pasado otra vez.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (ACA/AECA)