No necesito a la muerte
El artista considera que después de décadas de un quehacer dedicado al arte no ha llegado al clímax de su trabajo. Le requiere más tiempo (y también más espacio). Sabe que su yo activo no cuenta con una libertad pura, porque está condicionado por él, por ese ser implacable y mefistofélico que ha condenado a todos los humanos a un fin precipitado. Tiene razón Roa Bastos cuando suscribe que todos hemos de morir, pero asimismo el que todos nos resistamos a la idea de la muerte. Y Juan Antonio Masoliver Ródenas consigna esta estrofa de su poema “Lo único que tenemos es el cuerpo”:
Todo lo que tenemos es el cuerpo.
Y todo lo que tiene el cuerpo es muerte.
Tampoco es un argumento válido el que Drieu La Rochelle haya dicho que si la muerte no está en el corazón de la vida como un hueso duro, ésta es un fruto blando y podrido.
Ha de seguir, pues, el creador en la búsqueda y formulación de conjeturas, posibilidades, soluciones, creencias, especulaciones, hipótesis e innovaciones que le permitan proseguir la experiencia de sobrevivir, de estar, sea como fuere, dentro de la realidad física y metafísica, con todas las dificultades que ello trae aparejado. Pero sin plantearse un final que da por no existente.
Y dentro de esa experiencia significará también el ir transformando por siempre, concibiendo, creando, procesando en una historia sin término. Argan ha declarado que no hay un solo momento de la existencia que no sea experiencia de la realidad. Y ello es debido a que en su interior el artista es bienaventurado y no ése al que se ha referido Tomás de Kempis como el que tenía ante sus ojos la hora de la muerte y estaba dispuesto cada día a morir. Tampoco su oficio es aquel citado por Fray Luis de Granada de bien morir al que convenía aprender toda la vida. Lo que nos lleva a Heidegger en su alusión de que el único modo de ser es “ser para la muerte”.
Si la obra de arte es un medio de expresión y de comunicación de los sentimientos y del pensamiento, el autor nunca deja de manifestarlos sin pausa, fraguando mediante ellos distintos desarrollos, tránsitos, movimientos, traslaciones, metamorfosis, dado que nacemos con un tiempo contado y avaro -que sí cuentan los demás-, y de cuya finalidad intentamos escapar sin éxito, pues, como ha señalado Fernando Colina, el tiempo es un duelo que guarda el secreto de su propia desaparición.
Claro que si el creador ya no tiene ese ansia romántica por indagar en la noche, en las simas, en lo más negro del corazón humano, quizás obtenga ese aprendizaje al que se remite Cesare Pavese como único modo de huir del abismo: tal que mirarlo, medirlo, sondearlo y bajar a él.
Bien es verdad que de ser cierto lo que mantenía Schopenhauer sobre lo de que el universo no es esencialmente más que dolor irremediable y miseria infinita, nadie querría permanecer un momento más en él, ya que el artista debe saber que la voluntad no es en su esencia más que un esfuerzo sin finalidad. Incluso un peor imposible sí que lo hay cuando además asevera que es una bendición llegar a la nada absoluta, pero desgraciadamente la muerte no abre esa perspectiva, por lo que al artista aún menos se le promete una expectativa de continuidad sin límite en la instancia eterna.
Al final nos quedan las palabras escritas por Cervantes de que “el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y con todo ello llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir”.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)