¿No llegaste a cansarte de tanto viaje?
Desde que nació en 1866 en la vieja Rusia, y a partir de su infancia y adolescencia, Kandinsky no dejó de tratar de aprehender el conocimiento de la luz. Sabía que a partir de ahí debía multiplicar sus experiencias para que su sensibilidad fuese madurando en los efectos del color.
En su primer viaje a París en 1889 atisba esa vibración física que se produce a medida que se suceden los kilómetros. En su segundo trayecto en 1892 la vibración poco a poco, además de somática, es espiritual.
Lo que empieza, por lo tanto, a ser ya su pasión, le supone enfrascarse en el estudio en Múnich, destino de su tercer desplazamiento en 1896. Allí recibe su diploma en pintura en 1899. Hasta entonces solamente iconos medievales y arte popular ruso, por lo que la experiencia decisiva que le determina a dedicarse al arte es el gran campo de visión que le ofrece la visita a una exposición de los impresionistas franceses.
Entonces la búsqueda del rayo blanco le lleva a emprender nuevos viajes a París y Túnez en los años 1902 y 1903, mudándose al final a Rapallo (Italia). Duda de una mano negra y de que el camino no esté expedito, lo cual le hace de nuevo peregrinar, esta vez a Dresde por solo breve tiempo, y regresar a continuación a París en 1906.
Pero el desasosiego sobre la naturaleza de la forma, la personalidad y el estilo no cesa, con lo que sigue en movimiento y se va a Berlín en 1907, donde reside unos meses. Sin embargo, el tren le espera para partir a Múnich, de donde no se moverá hasta 1914. Es posible que ya en este momento comience a sentir el espíritu abstracto y la resonancia interior en todo. Tal es el resultado de tanta exploración y rodaje.
El estallido de la guerra le incita al retorno a Rusia, instalándose en Moscú, sin que tal suceso le impida continuar con su obra y su investigación sobre la existencia material y espiritual de la abstracción pura. Confirmándose con ello que su necesidad interna por el arte le empuja a estar en constante tránsito y a medir el tiempo como un elemento cardinal para la culminación de su labor.
En 1921 ya no aguantó más y se dirigió a Berlín, manteniendo su estancia en varios lugares de Alemania hasta 1932. Tampoco duró allí, pues el núcleo de lo que en el mundo del arte se estaba cociendo estaba en París, ciudad a la que se traslada definitivamente y en la que muere en 1944 como ciudadano francés, declarando que “el arte moderno sólo puede nacer donde los signos se conviertan en símbolos”.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)