¿No le dan ganas de llevarse a alguien con usted a la tumba?
Hagamos que el pasado se pose en nuestra mirada, la de la memoria, y reparemos en que a las momias egipcias se las enterraba con víveres (pan, jarras de vino, piernas de cordero….), o con barcos funerarios en miniatura para su peregrinaje al más allá. En el caso de Tutankamón se encontraron en su tumba trescientas sesenta y cinco estatuillas mortuorias de obreros con el fin de que le sirvieran en la vida eterna.
Los cartagineses eran más austeros y preferían poner en los enterramientos máscaras con rostros grotescos y amenazantes para hacer huir a los malos espíritus. En China la práctica se fue humanizando pues sustituyeron a los servidores vivos del difunto por terracotas, y en Colombia se le acompañaba de figuras de oro (jaguares, águilas, etc.).
No nos vayamos a olvidar de los celtas, que depositaban armas o bártulos militares, o a los soberanos chipriotas, que no se contentaron sólo con sepultarse con figuritas ecuestres, sino también con sus monturas vivas. Si seguimos, nos encontraremos con que los artistas de la civilización mexicana y maya, tallaban caretas funerarias que encajaban sobre las cabezas de los muertos (normalmente los pertenecientes a la aristocracia) para protegerlos en el otro destino.
Entre los griegos y etruscos estos ceremoniales eran más sibaritas (a los que me adhiero rotundamente), pues en su arte mortuorio insertaban representaciones de banquetes en las paredes de la cámara funeraria. Sin embargo, los reyes escitas se hacían llevar bajo tierra sus objetos, sus mujeres, sus servidores y sus caballos, todos estrangulados antes de ser sepultados.
Vistos estos antecedentes, en lo que personalmente me afecta, me encantaría, en esta época de locura y depresión, la barbaridad de pedir , llegada la hora, el acompañamiento de un montón de corruptos para contemplar su desesperación cuando se vean encerrados con la tapa de la fosa bajada y no poder sobornar a los espíritus para que los saquen, Y además sin víveres, sin lujos, sin mujeres, sin coches, sin vino, sin servidores, sin mansiones, con los que resignarse. Pobrecillos.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)