No haga trampas que al final se descubran

Ya casi todo el mundo del arte contemporáneo coincide bajo cuerda y a regañadientes que a cualquier cosa puede hacérsela pasar por arte. Éste, por ejemplo, fue un debate que mantuvieron Jasper Johns y Willem de Kooning, afirmando el segundo que su marchante, el famoso Castelli, era capaz de vender cualquier objeto que tuviese a mano, gracias a su gran poder de convicción y manipulación para presentarlo y adornarlo con unos atributos estéticos insólitos y rompedores.

Jasper Johns, entonces, y con la complicidad y recochineo de De Kooning, tomó dos latas de cerveza llenas, las fundió en bronce e imprimió en ellas con exactitud absoluta unas etiquetas auténticas. Y para que tuviese una escenografía más esperpéntica y chistosa las colocó encima de un pedestal.

A continuación, se le hace entrega a Castelli de esta supuesta obra de arte –no sin antes, sin darse cuenta él mismo, tratar de beber de una de ellas- para su exhibición y comercialización, lo que esto último no tarda conseguir el mercachifle y además por un precio que para estos tiempos estaría fuera de madre.  Con ello se confirmó la apreciación de De Kooning, hubiese o no apuesta de por medio.

Por consiguiente, la anécdota pone de manifiesto que en el contexto artístico actual –especialmente en Estados Unidos- vale todo, ya haya previa o posterior teorización y adoctrinamiento. Mas lo penoso de todo este suceso es que la cerveza, sin tener culpa ninguna, haya sido la víctima y nos hayamos perdido su exquisitez.

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)