No dejen de hacer trampas
¡Señores!, nos rebate el romántico Görres, hay solamente dos clases de hombres: en primer lugar los que están ungidos con el espíritu poético –y artístico-, y en segundo lugar los filisteos.
Ah, es que los primeros, seres libres y conscientes de sí mismos, son capaces de hacer emerger de la nada un mundo entero, que es la única creación verdadera y pensable de la nada. Aunque de manera perversa, nos dice Malevich, hemos de tener en cuenta que de la nada sólo puede salir una exclusiva verdad: la nada (de la que nacemos, a la que amamos y a la que paulatinamente llegamos). ¡Anatema!, oigo.
Además, ahora, con la peste, el arte nos deja un vacío y sobre ese vacío de la nada se construye el fervor de un misticismo que nos libera al mismo tiempo que nos desangra. Lo mejor es no tener lengua, raza, moral, estilo, creatividad, hasta ni siquiera emoción ni estado interior.
Así podemos viajar hacia una nueva dimensión cósmica, hacia un infinito estético que ha configurado un paraíso sin adanes ni evas, sin manzanas y mazmorras, sin relaciones ni fuerzas antitéticas en campos de tensión plásticos e ideológicos.
Sin embargo, a la hora de subirme al ente explorador me quedé quieto y busqué una respuesta a mi pregunta ¿es posible volver atrás? Es que es excesivo que cada manifiesto nos ubique en un lugar diferente, cada tendencia en una esfera teosófica y mutante y cada corriente en una selva de silencios mudos y sordos.
Está claro que no hay cuerpo ni alma para tanta liana (no somos tan singulares), con lo que nos conformamos con lo incomprensible como un germen vivo que saque a la luz un entendimiento de ver y no dejarse contemplar; pese a lo cual, a lo que deberíamos aspirar es a convertir, siguiendo el ejemplo de Höderlin, nuestro órgano de percepción en una fantasía mítica.
Pero Oyonarte ya me ha contestado que no había que ir tan lejos, que nos correspondía penetrar en la realidad en lugar de abrirnos a ella y permitirle que sea la que lo haga. Por su parte, Guillermo Simón me confiesa que lo único que no le pueden hacer es quitarle sus dioses del agua y del mar, pese a que tenga que compartirlos para que no desaparezcan. Y yo, que acabo de notar que he caído en esa traicionera trampa que es la vida interior, me quedo siempre el último, ya momificado y en camino de desempeñar el puesto de portero curador en el infierno. Duchamp me está esperando para hacerme un retrato.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)