No bajen la guardia
En medio de esta peste que nos asola pongo entre paréntesis la inexistencia de la luz para el pintor, de la que hablaba Cézanne. Porque la luz es comunicación –una clase de comunicación que permite la verificación de un tipo completamente especial de lenguaje, cuya semanticidad esté presente incluso fuera y lejos de cualquier institucionalización de sus signos o símbolos (Gillo Dorfles)- ahora más que nunca, y legitima la misma toda clase de materiales y métodos con lo que el artista debe establecer una relación visual con el espectador (Herbert Read).
Y también es en este estado de penuria, cuando debemos sentir el arte como ese fenómeno biológico factor de vida que sale al encuentro de nosotros mismos en ayuda del desarrollo de nuestra autoconciencia e inteligencia. Incluso esa creación del espíritu que es la imagen debe estar situada en el futuro de dos zonas, la del sueño y la realidad absoluta (Breton). No en vano, en este momento aciago, se nos revela con más intensidad la alucinación como un perpetuo paseo en plena zona prohibida.
Y si el sueño de la razón produce monstruos, la razón del sueño es también la que los engendra, pese a que Matisse nunca quiso saber nada de todo esto, pues para él su quimera era un arte de equilibrio de pureza y serenidad.
De todas maneras, no importa que el arte, bajo la mirada del tiempo actual, surja, aunque haya sido así siempre, como a despecho de algo: también a despecho de sí mismo como en algunas ocasiones (Thomas Mann). Dado que no podemos escaparnos a esa percepción del mundo bajo las escalas de tiempo y espacio.
No obstante, opino que no hemos llegado a esa fase en la que, según Hal Foster, se produce la desestructuración del objeto, la desubicación del sujeto (espectador) y el descentramiento del orden de las artes.
Si hogaño somos sensibles todavía al pasado es porque, según André Malraux, hemos aprendido que todo gran arte, por el solo hecho de ser creado, modifica a sus predecesores, si bien, por mi parte, añadiría que también a sus sucesores, que son más que necesarios. Y si le damos la vuelta a la expresión, hasta verificaremos que la repentina luz y los extensos paños de sombra proyectan todo redescubrimiento que se haga a partir del instante actual.
Para terminar, no puede faltar Asger Jorn, para el que sólo un arte nuevo puede evitar que el hombre futuro sea reducido a no ser más que un simple instrumento del equilibrio social, siempre, añado, que se regenere en los límites que infringe y en las leyes que rechaza. René Huyghe es más agorero y va más lejos, al decir que cuando el hombre proclama el hundimiento del pasado e incluso de su presente, no puede intentar regenerarse más que volviendo al origen de lo que existe.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte