Ni se les ocurra pensar que soy yo

El culto al autorretrato se inició en Florencia y a partir de ahí no ha dejado de formar parte de la historia del arte. Lo que en un principio no tenía otro fin más que demostrar un virtuosismo artístico fingiéndose el pintor reflejado en un espejo, al final es un ajuste de cuentas del artista consigo mismo y con la dimensión enigmática de su sombra o su exaltación.

No obstante, algunos grandes maestros fueron más allá y fabularon su premonición hasta materializarla en un autorretrato junto su propia calavera o simplemente de esta última como significación de sí misma y del mismísimo autor simultáneamente. Cabe pensar que estas producciones plásticas son la expresión desgarrada de una metáfora del tiempo que se les acaba, un presagio de que esa estructura craneana podía ser lo que perdurase en tanto que símbolo de un hacer plástico que implicaba la meta de la inmortalidad.

También puede conjeturarse que los cráneos así plasmados son una amenaza inconsciente contra sí mismos o incluso tratarse de una parodia por tomarse demasiado en serio y no quieren angustiarse por su próxima desaparición. Sería excesivo sucumbir sin realizar su obra cumbre, ¿no creen?

Tales son los casos de James Ensor, un zumbón con una perspicacia inusual; deLovis Corinth, un pesimista agarrado a una encarnación pictórica; de Arnold Böcklin, un romántico amante de la muerte y Vincent van Gogh, un atormentado al que la pintura proporcionaba una existencia incapaz de vivir y sufrir fuera del lienzo.

Todo lo cual nos lleva a considerar que, como afirma César Aira, “todo debe estar permitido para que lo que surja de este modo tenga el valor liberador que deberíamos reclamarle al arte”. Especialmente nuestra osamenta más horrible pero más auténtica.

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)