Nadie se cree que el arte llegue a contar chistes

Cierto es que cada una de las tendencias y fases históricas han dado nacimiento a teorías opuestas, desarrolladas y afirmadas a fin de justificar un movimiento y condenar otro. Así lo cree Dewey y algunos más, aunque no hay que llegar tan lejos, sólo hay que hacerle caso a Cézanne en lo de que el tiempo y la reflexión modifican gradualmente la visión, y al fin llega la comprensión. Una buena ocurrencia.

No obstante, lo que no admite duda es que los nuevos modos de vida y las innovadoras experiencias exigen otras formas de expresión, visualización y lectura, pero se ha rizado tanto el rizo que parece haberse dado alcance a lo que confesaba Gide cuando afirmaba que eso a lo que se llama experiencia no es a menudo más que fatiga inconfesada, resignación, sinsabor.

Y lo que nadie podía imaginarse es que actualmente la situación haya desembocado en que los propios artistas, conscientes de que dependen de la atención que logren atraer sobre sí mismos, se inclinen cada vez más por los chistes visuales, el brillo, el escándalo. Timms no se corta un pelo ante lo que considera, dada la superpoblación de artistas, la superficialidad basada en los meteóricos precios de las subastas y la fama mediática.

Ésta es, por tanto, la nueva versión de la idea estética, que se resume en una perogrullada de alto valor doctrinal –al menos se le supone-: ¿Qué es un artista? Respuesta: el que hace arte. Y ¿qué es arte? Respuesta: cualquier cosa que se le ocurra al artista. Fin de momento.

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española  de Críticos de Arte (AICA/AECA)