Mucho ruido y pocas nueces
Demasiados mercadillos de miel, vino peleón, hogazas de pan revenido y cacharritos de barro cocido. Demasiados hidalgos y escuderos de guardarropía paseándose sin pudor por nuestras calles y plazas. Tantos y tantos juegos florales para envolver la pura esencia de la lengua que hablamos. Mucho ruido y pocas nueces. Me temo que la efeméride pasará sin pena ni gloria, con más alharacas huecas que resultados prácticos. En Madrid murió don Miguel de Cervantes y en Madrid se imprimieron, por primera vez, las desventuras del Caballero Andante.
Afortunadamente para él, aunque muy tarde, Cervantes disfrutó en vida del clamoroso éxito que acompañó la aparición de una obra tan formidable. Había escrito la primera novela moderna de la historia. Es muy posible que no lo pretendiera, pero en el Quijote quedaron para siempre los recursos narrativos que luego utilizarían los mejores escritores de todos los tiempos. Pasados ya cuatrocientos años, el monumento literario ideado por Cervantes es la ficción más leída y traducida de todas las que se han escrito desde entonces. Es más, en el año 2002, reunidos en Oslo los autores contemporáneos más renombrados, proclamaron que El Quijote es el producto cumbre de la Literatura Universal.
Yo esperaba, como tanto otros, que nuestros regidores nacionales, regionales y locales aprovecharan el aniversario para dinamizar nuestro lastimoso y depauperado panorama cultural. Lamentablemente, consumidos más de cuatro meses del evento, no ha sido así. La Administración desprecia la cultura y teme a los creadores, estén vivos o muertos. Salvo excepciones extraordinarias, ahogadas siempre en el marasmo involucionista o arracadas de raíz con alzamientos militares, la incuria reaccionaria de las clases dominantes se ha servido de la incultura para frenar el progreso y la regeneración social. A lo largo de los siglos, víctimas de la miseria y la marginalidad, las buenas gentes españolas han carecido del alimento espiritual que hace de los hombres seres libres y civilizados.
La democracia recuperada ha barrido muchas de las lacras que paralizaban España, pero el desarrollo cultural no es uno de sus logros. Les pongo un ejemplo cercano: por ahí sobrevive políticamente la Concejala de Cultura del Excelentísimo Ayuntamiento de Madrid. Es muy posible que ella prefiera los apelativos de compañera o camarada, pero yo me inclino por otorgarle el tratamiento que se corresponde con el cargo que desempeña. Doña Celia Mayer, experta en reventar festejos populares y teñir de revanchismo trasnochado la memoria histórica de Madrid, no parece muy comprometida con acontecimiento tan importante. Pensará, supongo yo, que no es moderno ni libertario homenajear a don Miguel de Cervantes, por muy madrileño que fuera.
Quiero recordar a Doña Celia Mayer y a todos los que piensan como ella, que los intelectuales de izquierda de 1927 acercaron el teatro y los libros al pueblo más humilde, que los gobiernos de la República repoblaron todo el país de escuelas y bibliotecas públicas, que miles de maestros, represaliados o encarcelados después, alfabetizaron sin descanso a los ciudadanos más olvidados y que la Institución Libre de Enseñanza cambió radicalmente los criterios educativos implantados por la burguesía y la Iglesia. Sigamos todos, Doña Celia la estela que nos dejó el Caballero de la Triste Figura y sembremos en todos los rincones la semilla de la Cultura Popular.
Todo es posible, señora Mayer, basta con intentarlo y empeñar en la empresa la perseverancia necesaria. Repase usted El Quijote y aprenda del bueno de Sancho Panza. ¿Lo recuerda? Al poco de ser transformado de aldeano en gobernador de la Ínsula Barataria, llevó los asuntos que le eran propios con sabiduría, cordura y buen tino. Derrotado en la playa de Barcino por el Caballero de la Blanca Luna, quedó nuestro Hidalgo postrado en la arena y seriamente maltrecho. Exclamó entonces: “Aquí queda mi ventura para jamás levantarse”. Aquel día, Alonso Quijano enterró sus ensoñaciones de caballerías en la cruda realidad de la vida cotidiana, pero aquel hombre que vivió loco y murió cuerdo, se convirtió para siempre en un ser infinito y eterno.