MI MARIDO PRACTICA EL ARTE ABYECTO. ME EXCITA
Casi desde sus inicios la belleza y el placer estético fueron los fundamentos que constituyeron la naturaleza del arte. En eso coincidieron filósofos, especialistas, historiadores, espectadores y artistas de muchas épocas. Pero ya en el siglo XX algunos autores, entre ellos Ida Rodríguez Prampolini, les dio por expedir el certificado de defunción al arte como consecuencia de la revolución Dadá – ¿quién cree aún en el arte? –.
Y así Arnulf Rainer habla de un empuje hacia el vacío y Wilhelm Worringer asegura que siempre habrá artistas, aunque quizás sea más problemático de lo que suele pensarse la cuestión sobre “su siempre habrá arte”.
Evidentemente se detecta una ruptura crucial y hasta se empieza a desarrollar teoréticamente una estética de lo feo (Karl Rosenkranz) y de ahí a llegar a un arte con la etiqueta de abyecto sólo hay un paso. Se supone que es fruto de una angustia existencial y de querer hacer ver y sentir lo que, por regla general, no se percibe o simplemente se rechaza.
Consecuentemente, se produce una exaltación de las evocaciones provocativas de la repugnancia, de lo escatológico y grotesco, de lo distorsionado y aberrante, a distintos niveles artísticos, todo ello en orden a proveerlo de un rótulo de revolución cultural de la náusea que lo convierta en un sentimiento existencial dominante.
Sin embargo, con su introducción podemos incurrir en la errónea conclusión de que es el momento oportuno de dar a luz un nuevo concepto artístico que incorpore un desarrollo y una dinámica de futuro, lo quesería una auténtica tontería porque cada día salen miles y apenas les hacemos caso.
Gregorio Vigil-Escalera
Miembro de las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)