Mi hijo es un estúpido que quiere ser artista

A lo largo de la historia del arte el factor familiar jugó un papel preponderante a la hora de influir en la consabida vocación artística. Normalmente no era bien recibida ni admitida porque se consideraba que no era una vía posible para ganarse la vida, incluso se llegaba a la acusación de que era más bien propia de vagos y maleantes de vida disipada y licenciosa. Por supuesto que había mucho de tópico en ese enfoque simplista y carente de perspectiva, cuando no de desprecio al talento y a la creatividad.

Los más reconocidos ejemplos se mueven entre el Renacimiento y el siglo XX, empezando por el padre de MIGUEL ÁNGEL que se sintió ofendido por las pretensiones de su hijo, o el cabreo de la familia con REMBRANDT cuando abandonó la Universidad de Leiden.

Más tarde, adentrándonos en los siglos XIX y XX, es famosa la decepción del potentado padre de MANET porque su hijo, en lugar de ser abogado, se convirtió en “un bohemio de vida disoluta” (de estar en el siglo XXI sería un vástago modelo). Por el contrario, a WHISTLER le tocó lidiar con una madre santurrona y posesiva que creía que esa carrera era algo inseguro y hasta impío, mientras CÉZANNE aguantó hasta tres años para conseguir que su padre, banquero, le permitiese ir a estudiar arte a París. Hasta al propio RODIN, de familia obrera, le fue denegado el sostén aunque al final acabó obteniéndolo.

En el caso de VAN GOGH, sus padres querían que ingresara en un seminario, y respecto a MUNCH, su progenitor se subió por las paredes  al enterarse de que abandonó ingeniería para volverse, según él, “un bohemio y pecador”. Con MATISSE, hijo de un tendero, los enfrentamientos fueron constantes, y tenderos eran también los padres de HOPPER, que estimaban tal oficio disparatado.  

Los citados ejemplos son unos pocos pero bastante representativos e ilustrativos de cara a mostrar y retratar lo que una obcecación ridícula puede llegar a conseguir: una pérdida irreparable para la historia del conocimiento, la estética y la cultura. Por consiguiente, no pongamos dificultades –bastantes tienen ya- al talento artístico y a la voluntad firme en ejercerlo, pues de lo contrario estaríamos dejando a esta sociedad con una mayor frustración, impotencia y obsolescencia, tanto a nivel colectivo como individual. Y con lo está ocurriendo tenemos más que de sobra.

Gregorio Vigil-Escalera Alonso

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)