Mentiras y más mentiras. Fernando González
El gobierno de Mariano Rajoy nos toma por tontos de baba. Sus ministros se comportan como aquellos mercachifles de feria que utilizaban sermones de palabrería para colocar a la parroquia mercancías averiadas. No han dejado de engañarnos desde que se fotografiaron juntos en la Moncloa por primera vez y sus mentiras son cada día más evidentes y dolorosas. A estos tahúres de la política se les adivina el truco antes de que repartan las cartas, pero ellos juegan pensando que los demás somos unos pardillos. Repitieron hasta que darse afónicos que no tocarían la educación o la sanidad, ni los servicios sociales ni las pensiones, trazaron líneas rojas que nunca se rebasarían, pero de aquellos compromisos no queda absolutamente nada. Lejos de reconocer los incumplimientos, disculparse por lo hecho, explicarnos lo que pretenden hacer y cuáles son las consecuencias, amontonan las mentiras transformando la política en una farsa.
Nadie le discute al Gobierno que tengamos que adaptar en el futuro nuestro sistema de pensiones a la nueva pirámide poblacional, basada en un sector de mayores inactivos cada vez más amplio y avejentado, pero la solución no debe pasar por lo más sencillo y simple, es decir, por meter la mano en el bolsillo del ciudadano y arrebatarle las prestaciones y los euros que precisan para vivir dignamente. La modificación que se pretende imponer recortará los ingresos de nuestros pensionistas y decir lo contrario resulta una falacia intolerable. Estamos hablando de españoles que reciben, en muchos casos, una prestación ajustadísima y de otros cuantos que han cotizado desde la adolescencia para asegurarse un retiro sin excesivos agobios. No es de recibo que se pretenda ocultar una rebaja real de las jubilaciones y como consecuencia de ello el ahorro inmediato de treinta mil millones. Los tecnócratas que manejan los presupuestos del Estado, aquí y en Bruselas, han convertido en papel mojado el Pacto de Toledo y las garantías firmadas en aquel acuerdo nacional.
Aquí no se reza oración alguna que no esté escrita en el catecismo ultraliberal que se enseña en Europa. Habrá dinero para sanear la banca o devolver la deuda pública, pero controlemos lo que se gastan en jubilaciones. La sentencia que acabo de reproducir podría complementarse con esta otra: nuestros pensionistas son muchos, no producen nada, viven demasiado y nos cuestan un dineral. A partir de ahora, difunto el estado del bienestar, aquel que pretenda envejecer holgadamente tendrá que pagarse un plan de pensiones, de lo contrario vivirá de lo que buenamente le aporte la caja pública o tendrá que acomodarse en un rincón del asilo. Deberíamos replicarles que hay, como en todo, otras soluciones. Podríamos presupuestar una partida que complementara los ingresos de la Seguridad Social, reunir un fondo comunitario similar a los que se han aprobado para otros menesteres, podrían subirse las cotizaciones o eliminar los topes de tal forma que contribuyeran más los que más ganan o decretar un impuesto solidario que grabara los complementos de jubilación que cobran los directivos de las grandes empresas. Todo es posible si existe la voluntad de evitar que paguen más los que menos tienen.
Hace un año, en el antiguo mercado de la ciudad de Cádiz, un ilustre carnicero letrado en la ciencia del buen juicio, me aseguró que el Gobierno no tocaría nunca las pensiones: demasiados millones de perjudicados y demasiadas familias viviendo de los padres o de lo abuelos jubilados. Es evidente que aquel buen hombre se equivocó y apunto están nuestro gobernantes de hacer lo que nadie esperaban que hicieran. Ya que lo van hacer, que apechuguen con la responsabilidad y dejen de contarnos cuentos. Mentiras y más mentiras.