Me he enganchado a la reducción y ahora soy un enano

Movimientos artísticos como el neoplasticismo, el suprematismo y algunas facciones del expresionismo abstracto, el minimalismo y el conceptualismo se fundaban en la exaltación de elementos básicos irreductibles. Afirmaban que la abstracción pura es lo que estaba reclamando la sociedad moderna.

Teorizando sobre ello, Clement Greenberg, sostenía que la pintura debía separarse de la ilusión de las cosas reales y funcionar según sus propios términos, que no cánones. De esta forma estaría más viva que una cara desde la cual nos miran un par de ojos y una mueca.

La verdad es que tanta reducción llega a lo imposible, y precisamente éste es un reto imposible de concebir. Aunque no tanto si nos sumamos a las palabras de Rothko respecto a su voluntad y deseo que los cuadros comunicasen “emociones humanas, tragedia, éxtasis, fatalidad y demás”.

Es cierto que esta tendencia ha sido imparable, que es un proceso de despojamiento y desnudez y de procurar hallar la auténtica expresión plástica sin motivos a los que agarrarse ni pretextos en los que ampararse.

Pero no se puede hablar en clave de absolutismos que nos aboque a un fin largamente esperado por algunos, como Douglas Crimp, que, en 1881, advertía que la pintura se encontraba en estado terminal. Hasta Ad Reinhart anunciaba que estaba “haciendo los últimos cuadros (sus lienzos negros) que iba a hacer alguien”.

Fundamentarse en que éste es el arte que la cultura y la sociedad demandan es más que gratuito y una justificación carente de sentido, lo que contemporáneamente está más que demostrado.

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)