Me caí y llegué al abismo

Si el arte es la medida directa de la visión espiritual del hombre, Bas Jan Ader (1942-1975) constituye su reverso o su reencarnación más desmadrada. Para él no tenía sentido el objeto, por eso utilizaba un folio al año, que de tanto borrarlo y reescribir era inaccesible.

Ponía en juego su destino en el arte y en la vida, lo desafiaba, en sus perfomances, a caer desde cualquier sitio y sobrevivir, confiando en que esta manera de arrojarse al vacío fuese la más genuina vía para identificarse con la luz que se le negaba. Un sufrimiento existencial del que dejó constancia en 1971, en un vídeo –“Estoy demasiado triste para decirte”- que captó su llanto desesperado.

Es bajo ese sentimiento romanticista que su último vídeo internándose en el océano, es una apuesta definitiva por arriesgar una visión singular del sacrificio de la vida a través del arte y del arte a través de la vida.

Vemos como el minúsculo bote de vela con él al timón penetra mar adentro en 1975, a la búsqueda de un fin anunciado, que se tornó realidad como entelequia fatal cuando la embarcación fue encontrada casi un año después sin ningún cuerpo, el cual sigue desaparecido.

¿Una fantasía al límite de la razón o una forma viviente configurando lo imposible de una presencia eterna? No se esfuercen, intentar comprenderlo nos llevaría muy lejos.

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Española y Madrileña de Críticos de Arte (AECA/AMCA)