Mayo c’est fini

Teófilo Ruiz

Han pasado cincuenta años del escalofrío que sacudió a la sociedad capitalista, desde USA a Japón, pasando por Paris y Berlín, y que movilizó a buena parte  de los países industrializados, con la juventud encabezando la protesta.

Cómo todo acontecimiento histórico, y este lo fue, se han registrado pronunciamientos de todo tipo, incluido el del dirigente más conocido de aquella revolución perdida, Daniel Cohn-Bendit, que ha manifestado que «conmemorar mayo del 68 me parece una trampa”. La razón se basa en que esta sociedad en nada se parece a la de hace 50 años. En realidad la actividad revolucionaria de los estudiantes empezó en la universidad californiana de Berkeley, en 1964, con la guerra de Vietnam, la lucha contra la discriminación racial y un incipiente feminismo fueron los impulsores de una revuelta que logró expandirse al tiempo que se esfumaba. En Alemania la rama estudiantil de la social democracia emprendió el camino de la radicalización hasta conseguir el control de la Universidad Libre de Berlín. Herbert Marcuse, R. Dutschke, Wolfang Lefevre, entre otros, discutieron sobre “Moral y política en la sociedad opulenta”, o “El problema de la violencia en la oposición”. El “guevarismo” (el propio desarrollo de la lucha puede crear las condiciones objetivas de la revolución) de Rudi Dutschke se trasladó a Francia y encontró en la universidad de Nanterree un campo propicio hasta extenderse a la Sorbona y al Barrio Latino. En Paris el incendio revolucionario alcanza proporciones insospechadas, afectando a las instalaciones más importantes de Francia (Peugeot ,Sud-Aviation, Renault, etc.). El marxismo matizado de Cohn-Bendit o el trotskismo irreductible de Alain Krivine, junto a grupos maoístas y algún que otro provocador produjeron un cóctel revolucionario difícil de manejar. Cuando parecía que el gobierno de De Gaulle tenía los días contados, los sindicatos (CGT y Fuerza Obrera) y el PC renunciaron a la  revolución (para la que no estaban preparados y ni se la habían planteado) y el general consiguió un gran triunfo en las urnas con la amenaza de la guerra civil y la concesión de importantes mejoras laborales.

Cohn-Bendit , rectificando a Lenin, proponía “el izquierdismo como remedio a la enfermedad senil del comunismo”. Lo cierto es que en Paris el proletariado fue a remolque, frenado por los dirigentes sindicales, y con el objetivo claro de conseguir una mejoras económicas  aceptables.

Cincuenta años después la clase obrera presenta rasgos tan difusos como complejos. Y la sociedad industrial ha dado paso a la estructura cibernética donde el anarcocapitalismo ha logrado hitos difíciles de imaginar no hace mucho: ha laminado el estado de bienestar, reduciendo a su mentor (la socialdemocracia) en un fantasma errante y cada vez con menor influencia. El izquierdismo del 68 derivó en un anarquismo inoperante. Solo en la Primavera de Praga se intento recuperar lo mejor del marxismo, pero fue aplastada por una potencia que representaba la esclerosis política provocada por la aberración stalinista. Ahora los millones de víctimas de la crisis económica provocada por el capitalismo especulativo claman por sus puestos de trabajo perdidos o por sus pensiones de miseria, son movimientos de autogestión. La presencia de la vieja y nueva izquierda es por lograr un testimonio, una imagen, dado que carecen de discurso y soluciones. Frente al más que evidente dominio y control que las empresas tecnológicas están realizando sobre la vida y economía de los ciudadanos falta una respuesta que solo puede venir de los que sufren una explotación tan difusa como eficaz. Un proyecto democrático, una utopía razonable es más fácil enunciar que implementar. Entraríamos en el peliagudo problema de ¿quien le pone el cascabel al gato?. Y con estos ratones…..