MATER ET MAGISTRA. Teófilo Ruiz
No dejan de escucharse las voces que vaticinan la exacerbación de la crisis económica; la salida de Grecia y España de la eurozona y otras catástrofes por el estilo. Es más, a poco que se agudice el oído, pueden percibirse los alaridos de placer de los vampiros-inversores que, en Squire Mile y Canary Wharf, en la City londinense, lanzan al contemplar la evolución de la prima de riesgo de los países intervenidos o a un paso de serlo, al tiempo que gritan ¡Domine Dirige Nos! Y ante este holocausto social, con millones de parados que son muertos civiles, asistimos al clamoroso silencio de una institución como la Iglesia Católica, que ha opinado siempre de todo y sobre todo, al considerarse mater et magistra. Este oxímoron parece inexplicable pues fue Benedicto XVI, en julio del 2009, con su encíclica Caritas in veritate, una de las primeras autoridades mundiales en pronunciarse sobre la gravedad y alcance de la crisis desatada poco antes.
Cierto que el Papa Ratzinger simplemente actualizaba los planteamientos de la denominada «doctrina social de la Iglesia», plasmada esencialmente en la Populorum progressio. Ante el escándalo de «las desigualdades hirientes», Pablo VI pedía que se produjera un crecimiento real, sostenible y que beneficiara a todos para que las opciones económicas que se siguieran no acarrearan desigualdades moralmente inaceptables. Es más, el Papa Montini hacia una severa crítica del derecho de la propiedad privada, al señalar que «no constituye un derecho incondicional y absoluto…el derecho de propiedad no debe jamás ejercitarse con detrimento de la utilidad común». En esta misma línea se manifestaba Juan Pablo II años después al recordar el derecho a la propiedad privada «como subordinada al derecho al uso común, al destino universal de los bienes» (Laborem exercens,14).
Ante el tremendo avance de la globalización, el Papa Wojtyla–un conservador en la doctrina, pero avanzado en lo social– proponía «una coalición mundial a favor del trabajo decente» (L’Osservatore Romano, 15-5-2000), al tiempo que denunciaba la devaluación al derecho «al justo salario, a la seguridad de la persona del trabajador y de su familia»(L.e.598). Contemplar el «espectáculo» de los mini-jobs o los mileuristas nos puede dar una idea de dónde han ido a parar estas recomendaciones.
En su encíclica Caritas in veritate Benedicto XVI planteaba la necesidad de que las finanzas y la actividad económica debían replantearse su actuación para trabajar de una manera ética, al servicio del desarrollo del hombre y de los pueblos. Además, Ratzinger lanzaba una advertencia profética: «Los agentes financieros han de redescubrir el fundamento ético de su actividad para no abusar de aquellos instrumentos sofisticados con los que se podría traicionar a los ahorradores» (C.v.65). De Lehman Brothers a Bankia hay todo un reguero de víctimas que ilustran esta advertencia.
Ante el desmontaje a marchas forzadas del Estado de bienestar, plasmación de la economía social de mercado e inspirado, en buena parte, en la doctrina social de la Iglesia, el Vaticano guarda un ominoso silencio. Aunque en estos momentos la sede papal recuerde a las intrigas de los Borgia, con Alejandro VI a la cabeza, la gravedad de la situación hace preciso que vuelva a escucharse una voz de tanta proyección como la suya. Porque si la situación no cambia, serán millones las personas que vivirán «como un montón de desechos esparcidos al azar» (Heráclito).