MASA Y PODER. Teófilo Ruiz

Mario Draghi, el máximo oráculo del BCE, ha hablado y el efecto ha sido fulminante: descenso vertiginoso de las primas de riesgo de Italia y España. Desde hace bastantes años los dirigentes europeos se distinguen por lanzar propuestas razonables y utilizar un tiempo exasperante para aplicarlas. Todavía estamos a la espera de que se concrete el rescate del sector bancario y entramos en el rescate «suave» que habrá que pedir para que la autoridad monetaria europea compre deuda pública española y se afloje la presión sobre nuestra economía. MR, con su retranca habitual, pretende tomarse su tiempo, para ver cómo es la digestión de los mercados y de paso no desvelar los nuevos recortes hasta que se supere la cita electoral de Galicia.

Tal como estaba en el guión, el Bundesbank ha rechazado el anuncio de compra de deuda pública de los países «periféricos» e insiste en la necesidad de los recortes y el control del déficit como única vía de salvación. El símbolo de la unidad alemana se concretó en el Ejército con el II Reich (1871), quedó humillada por el Tratado de Versalles, que puso las bases para el ascenso del nazismo, y fue recuperada, tras el desastre de la II Guerra Mundial, por el Banco Federal, como defensor de la ortodoxia económica frente a la locura de la inflación de la República de Weimar. Es tal el prestigio del Banco central germano que el exdirigente europeo Jacques Delors llegó a decir que en Alemania había muchos ateos, pero que todos los alemanes creían en el Bundesbank.

Las discrepancias entre el BCE y el Buba son más de forma que de fondo, pues la «condicionalidad» que se va a imponer a los «periféricos» será tan dura como si la dictara el mismo Jens Wiedmann, presidente del Banco Central alemán. Sin embargo, en la práctica, todo puede quedar en papel mojado si el Tribunal Constitucional de Alemania se pronuncia en contra de la legalidad de los fondos de rescate y las aportaciones que tiene que hacer este país para ayudar a los miembros europeos en peligro. Pero la cuestión se centra en definir donde está el centro del poder en la Unión Europea; la masa, los «periféricos» ya están perfectamente identificados por los muchos problemas que sufren y los sacrificios que tienen que soportar. Berlín o Bruselas, ese es el dilema.

Una parte nada despreciable de la sociedad alemana considera que se ha cedido soberanía con el euro y las críticas de los dirigentes del Bundesbank hacia las medidas del BCE le suenan razonables y no son pocos los que prefieren ─coincidiendo con la especulación de los mercados─ la ruptura del euro, sin tener en cuenta el desastre que sería para Europa, Alemania incluida, la desintegración de la Eurozona.

Por encima de las disputas de poder, para saber quien marca el rumbo a seguir, la Unión Europea prosigue desnortada, con un papel cada día más irrelevante en la economía globalizada, a pesar de su potencialidad. Junto al desplome de la influencia política, la economía da muestras de una debilidad creciente, agarrotada por una orientación que ha puesto todas sus esperanzas, con un sectarismo casi religioso, en el recorte de gastos y la contención del déficit como la llave maestra que abrirá la puerta de un futuro mucho más racional y adecuado a las posibilidades de cada uno. Pero la tozuda realidad es que la economía europea, a pesar de recortes brutales dictados de Berlín y Bruselas, especialmente a los países «periféricos», sigue en retroceso. Como ha ocurrido hasta ahora, la Unión Europea se ha asomado varias veces al abismo, pero ha evitado precipitarse en el último momento. Esperemos, que una vez más, la historia vuelva a repetirse.