Luces en la oscuridad. Fernando González

Todos recordamos cómo estábamos cuando entramos en el túnel de la crisis, pero nadie se atreve a explicarnos cómo estaremos si algún día salimos de él. Esa es la pregunta que debemos plantearnos ahora que los mensajeros de Rajoy nos aventuran que muy pronto comenzará la recuperación. Cómo aquellos parapsicólogos de los años ochenta, encabezados por Giménez del Oso y Antonio José Alex, los ministros económicos del Gobierno nos proclaman avistamientos de luces brillantes en la oscuridad cerrada que todos padecemos. La recesión toca a su fin y nadie parece advertir tal ventura. La mayoría de los españoles seguimos perdidos con un candil en la mano buscándonos una salida iluminada, pero ellos se mueven rodeados de luciérnagas curiosas, como los protagonistas de aquel tango arrabalero cantado por Gardel. Se trataría de una interpretación romántica de la coyuntura que de nada nos vale a todos los demás.

La deuda pública nacional está a punto de llegar al cien por cien de nuestro producto interior, el número de parados se enquista en cifras intolerables, el consumo privado no despega, se habla ya de otro rescate bancario, la marea de números rojos inunda ya los sótanos de compañías emblemáticas del milagro español, pero el dúo dinámico formado por Montoro y Guindos, al que se ha sumado también la imprescindible Soraya, otea el firmamento negro de nuestra España y divisa cometas en la noche. ¡Qué Dios les conserve la vista y agudice la nuestra!

Deseo fervientemente, en cualquier caso, que hayan interpretado correctamente los signos celestiales y que aquello que ellos ven no sean cohetes de feria o relámpagos anunciadores de nuevas tormentas.  En el largo camino que venimos recorriendo nos hemos dejado demasiados enseres en la vereda y deberíamos preguntarnos qué tipo de minusvalías nos condicionarán cuando superemos la convalecencia anunciada. Todo será muy distinto de como era y acongoja imaginarnos cómo reaparecerá la España resultante de una quiebra social tan prolongada.

Vamos a encontrarnos con un país mucho más injusto y tremendamente desequilibrado. Conviviremos con un porcentaje cualificado de ciudadanos bien pertrechados de recursos económicos y una clase media adelgazada y endeudada hasta las cejas. Rodeándolo todo, contemplaremos una muchedumbre de españoles viviendo de milagro, de pensionistas amenazados por la ruina y trabajadores maduros y jóvenes descolgados del sistema. El celebrado estado del bienestar se habrá convertido en el estado del copago y la igualdad de oportunidades y la justicia redistributiva en entelequias impagables. El trabajo venidero se habrá convertido en una subasta de empleos temporales sometidos a las leyes del mercado y la competitividad extrema decretada por las naciones ricas de la Comunidad Europea. Cuando termine por alumbrarse la penumbra actual nos costará reconocernos los unos a los otros y habituarnos al nuevo espacio donde tendremos que vivir.