“Los otros”. Fernando González

“Los otros” están a punto de invadir el jardín de las delicias y nada será como antes cuando tal migración acontezca. Cuando suceda lo que parece inevitable, los cronistas de lo cotidiano apuntarán en su diario los hechos y los comentaristas desmenuzarán los antecedentes y los consecuentes del acontecimiento. Las encuestas nos anticipan que bien entrado el año 2015 del tercer milenio, los vencidos se retirarán organizadamente de sus posiciones defensivas y “los otros” se instalarán en las verdes praderas de la España invadida. En los baluartes ocupados se arriarán las viejas banderas y en su lugar ondearán las enseñas populistas de los recién llegados.

La caída de los regímenes, incluso de los más caseros y localistas, se barrunta de antemano y suele coincidir con la molicie, la ineficacia, el nepotismo, el cesarismo y la corrupción de sus gobernantes. Lejos de evitarnos una coyuntura como la descrita, tan repetida por desgracia en nuestra historia, cientos de nuestros dirigentes han sucumbido a las tentaciones mafiosas de un entorno corrompido, espantando con sus felonías a los ciudadanos y debilitando el sistema institucional que los cobijaba. Mientras las cosas iban bien y el dinero fácil y abundante fluía en aquella España de las maravillas, la mayoría silenciosa contemplaba la rapiña con cierta benevolencia; pero cuando se desinfló el merengue económico  que engordaba a los amantes de lo ajeno, los presuntos benefactores de los humildes se convirtieron en mangantes aprovechados.

La crisis ha empobrecido a millones de españoles y una multitud indignada  pretende saldar cuentas con aquellos que se enriquecieron a su costa. El proceso ha comenzado y podría ocurrir que una mayoría de políticos honestos penara por las corruptelas de una minoría de sinvergüenzas. Rodeando las puertas de los juzgados acampan “los otros”, comisionados para ejecutar las sentencias que dicte el pueblo soberano. Los primeros que se apercibieron del malestar generalizado que destilaba el alambique social fueron “los otros”. Se infiltraron entonces en las asambleas de descontentos que ocupaban las plazas y participaron activamente en los debates improvisados que allí se sucedían, colaron  sus proclamas por las grietas del sistema, encabezaron los movimientos reivindicativos y aprovecharon los altavoces mediáticos para presentarse como los auténticos líderes del radicalismo inconformista.

Mientras crecían y crecían, vírgenes y contemplativos, los partidos fundacionales se enredaban en sus luchas internas, se arrojaban a la cabeza los efectos de la crisis y trataban de ocultar en el armario a sus trincones. “Los otros”, más espabilados que nadie, abrían sus mercadillos callejeros y recetaban a los paseantes fórmulas magistrales que todo lo curan. De confirmarse las cábalas estadísticas, algo que está por ver, se consumaría la tercera invasión de nuestra democracia recobrada. Cuando se apagó la dictadura  interminable, arribó la izquierda posibilista del cambio, aquella que trasformó la España mesetaria en una nación moderna, avanzada, solidaria y perfectamente integrada en el mundo civilizado. La derecha nos trajo la expansión económica y la modernidad liberar que se llevaba por Europa. Los conservadores protagonizaron la segunda de las invasiones.

La conjunción de ambas etapas, caracterizada por logros extraordinarios que parecían imposibles, se nos presenta ahora como una herencia insoportable del pasado, como un trasto inservible que no puede  recomponerse ni regenerarse. Muchas de las expectativas electorales de “los otros” se sustentan en análisis tan simplistas tal como el que acabo de reproducirles. “Los otros” ofrecen felicidad compartida, subsidios universales, empleo de calidad, viviendas para todos, la devolución a lo público de todo aquello que se haya privatizado, jubilaciones a los sesenta años, tarifas sociales y la estatalización de la enseñanza y la sanidad, entre otras milagrerías fabulosas. Nadie sabe todavía a qué santidad laica se encomendarán para obrar el prodigio, pero ahí están. ¡Preparados, listos…. ya!