Los del suburbio a la comisaría
Desde un plano teleológico, las obras de arte deben ser producto de una innovación constante sea cual sea el contexto histórico, social, geográfico, cultural, político, en que son creadas. Porque en cualquier punto del planeta puede haber surgido y seguir surgiendo tal producción sin que hasta hoy haya sido vislumbrada, más bien, todo lo contrario, desconocida, ignorada y silenciada en el eje primero eurocentrista y después euro-norteamericano, por una consideración despectiva respecto a la marginalidad de la misma. Gaya Nuño señaló en su día que era indicio de un complejo caciquismo europeo, acaso con raíces políticas y racistas que aconsejaban una revisión inaplazable. Razón, añadía, de que la historia del arte que se profesa oficialmente haya sido tan incompleta y tan atrozmente mutilada.
No obstante, los artista consagrados, las vanguardias, neovanguardias, posvanguardias y otras denominaciones de menú, pertenecientes al marco de dicho eje, sí llegaron a saber y descubrir estas realizaciones e iconografías, incluso se sirvieron de ellas para renovar sus repertorios plásticos, que así empezaron a ser constructos mestizos, bajo la dirección de dos principios que aunque se nieguen se mantienen como básicos: la anticipación y la originalidad.
En tales términos, Hal Foster llega a la conclusión de que el artista ha de ser original y la obra de arte única, pues éstos son los elementos que la modernidad privilegia y a los que se enfrenta la contemporaneidad, que es según él una compleja alternancia de futuros anticipados y pasados reconstruidos. Andrea Giunta lo interpreta más retorcidamente, al sostener que en la aproximación poshistórica de Hal Foster resulta central la noción de acción “diferida” que le permite trazar una analogía entre el arte moderno y la captación freudiana de la temporalidad psíquica del sujeto leído con lentes de Lacan (sic). Ahí queda eso.
Visto todo ello, lo que se impone es que hay que tener siempre presente que cada obra produce un estallido particular, único, que no puede encorsetarse en los esquemas de filiación, genealogías o modelos evolutivos que ordenan la lectura fetichizada de los objetos artísticos. Han de contemplarse, analizarse y percibirse por sí misma, por los raudales de sensaciones, visiones, sensibilidades, reflexiones y emociones que desprenden y que depositan en nuestra memoria.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)