Los chismosos

Recuerdo que hace 26 años, cuando llegué a Informe Semanal, aquella era una redacción poderosa, heredera de la anterior, que había sido mítica, y de la primera, la legendaria. Uno siempre llega tarde a los sitios, aunque no del todo, porque aún me cupo la oportunidad de trabajar y competir con un puñado de periodistas muy dotados para el ejercicio profesional y armados de briosos egos. Chicas y chicos. Los viajes en Informe son un regalo, y no ya por las dietas y los kilómetros, que tampoco están mal, sino porque recorríamos España, y otras veces el extranjero, cuatro compañeros: realizador/a, reportero gráfico, sonidista y periodista, con tiempo para conocernos, divertirnos y hasta a veces, pocas, discutir. Lo que no faltaba en ningún viaje eran los trajes. Teníamos una factoría de corte y confección, a pleno rendimiento. Los cuatro que viajábamos en cada ocasión éramos los sastres y a los que se quedaban en Madrid les preparábamos una formidable colección de trajes, que hubieran lucido primorosamente en cualquier armario. Claro que cuando viajaban otros cuatro, eran ellos los sastres y los demás los destinatarios de las prendas.

Hablar mal de la gente está mal visto (eso decimos de boquilla), pero es una de las cosas más entretenidas de la vida, de manera que si no fuera por el chismorreo a ver quién aguantaba este muermo. Y no lo digo yo, desde mis pocas luces, los antropólogos tienen muy estudiado el tema, hay bastante bibliografía respecto a la importancia del cotilleo en el progreso y desarrollo de la civilización. Sin ir más lejos, Harari, que está tan de moda por su ensayo Sapiens, ha escrito que “nuestro lenguaje evolucionó como una variante del chismorreo. Homo sapiens es ante todo un animal social. La cooperación social es nuestra clave para la supervivencia y la reproducción. No basta con que algunos hombres y mujeres sepan el paradero de los leones y los bisontes. Es muy importante saber quién de su tropilla odia a quién, quién duerme con quién, quién es honesto y quién es un tramposo”. Diversos estudiosos de la psicología social y la lingüística están de acuerdo en que sin el chisme la sociedad no habría existido. En esa línea, el biólogo evolucionista británico Robin Dunbar cree que “el chisme, en un sentido amplio, desempeña un papel importante en el mantenimiento de grupos socialmente funcionales a lo largo del tiempo”. Un estudio realizado en 2019 por Megan Robbins y Alexander Karan y publicado en la revista Social Psychological and Personality Science revelaba que dedicamos 52 minutos al día al cotilleo. El profesor de Historia Medieval de la Universidad de Oxford Chris Wickham apunta que “el chismorreo es, simplemente, hablar de otra gente a sus espaldas, pero no es necesariamente malicioso, no tiene un componente de género, no es necesariamente estúpido y arbitrario, no se trata necesariamente de comportamientos secretos y no es necesariamente falso”.

No se les escapará a los avisados lectores que en el chismorreo no todo son ventajas, pero esto es como la jurisprudencia, la hay en un sentido y en el contrario, y a mí para esta columna me viene bien utilizar los estudios y opiniones ponderativos del cotilleo, cuando escriba una defendiendo la tesis contraria recogeré los perjuicios que arrastran los comentarios a espaldas de la gente, aunque si echamos manos del ingenio nos podemos servir de la famosa frase de Oscar Wilde, según la cual “resulta de todo punto monstruosa la forma en que hoy en día la gente va por ahí criticándote a tus espaldas por cosas que son absoluta y completamente ciertas”.

Hay otro aspecto: criticamos, hablamos mal de aquellas personas que valoramos, que envidiamos, que tenemos en consideración, raramente dedicamos nuestro tiempo a chismorrear sobre gente que nos es indiferente, de forma que tendríamos que preocuparnos si nadie se acordara de nosotros, aunque fuera para ponernos como chupa de dómine. Además, seamos comprensivos con los demás mirando hacia nosotros mismos. Hablar bien no es una cosa tan extraña y es gratificante sobre todo para el que lo hace, pero el discurso en ese sentido se agota enseguida. Como mucho, cinco minutos y basta. Por el contrario, hablar mal es mucho más entretenido y puede prolongarse durante horas.

Por volver al principio, aquella redacción de Informe Semanal recordaba todavía en algo a la de Primera Plana, la película de Billy Wilder, cuyos periodistas bebían, fumaban y eran unos simpáticos canallas. Ahora, en la redacción bebemos agua (son los tiempos) y en los viajes no hablamos mal de nadie. Somos muy buenos chicos. Y chicas.

Original en elobrero.es

Juan Antonio Tirado, malagueño de la cosecha del 61, escribe en los periódicos desde antes de alcanzar la mayoría de edad, pero su vida profesional ha estado ligada especialmente a la radio y la televisión: primero en Radiocadena Española en Valladolid, y luego en Radio Nacional en Madrid. Desde 1998 forma parte de la plantilla de periodistas del programa de TVE “Informe Semanal”. Es autor de los libros “Lo tuyo no tiene nombre”, “Las noticias en el espejo” y “Siete caras de la Transición”. Aparte de la literatura, su afición más confesable es también una pasión: el Atlético de Madrid.