Lo que guardaba en mi cuaderno rosa
Tengo un cuaderno rosa que es como un baúl de las ideas en el que voy echando lo que me pasa por la cabeza, con la esperanza de que en algún momento me sirva para componer un artículo, una conferencia, algo. Voy emborronando mi cuaderno de cosas, chispazos, ocurrencias, gracias, y rara vez lo miro, porque ando hipnotizado por la actualidad; o se me despista y entonces lamento el gran caudal de inspiración perdido, y suspiro por esa libreta de las maravillas en la que vive en estado puro mi ingenio, hasta que un día la encuentro, ¡oh prodigio!, busco anhelante entre sus hojas y lo que descubro vale menos que nada. Ese día es hoy y confieso que hasta hace un momento estaba eufórico con el hallazgo. Ah, pero todo era un espejismo, en el cuaderno descarriado no había material siquiera para un torpe párrafo. ¡Cuánto mejor hubiera sido no encontrarlo y seguir fantaseando con el depósito de talento extraviado! No hay tal, me sucede como a aquellos escritores de la época franquista que crearon una mitología respecto a las obras guardadas en los cajones, un boom extraordinario que afloraría tan pronto como cayera la dictadura. En ese engaño estuvieron muchos, críticos incluidos, pero, sobre todo, de esa superchería fueron víctimas los propios autores, convencidos de guardar en secreto grandes obras. Luego, se murió el difunto que nunca acababa de morirse, o sea, Franco, y en los cajones no había nada. Por el camino se había quedado toda una generación, teatral especialmente, unos dramaturgos que mantenían la categoría de promesas a los sesenta años.
El caso es que llevaba meses buscando mi cuaderno rosa y ya lo daba por irremediablemente perdido, cuando de pronto, vaya usted a saber cómo, me lo he encontrado encima de mi mesa de trabajo. No podía producirse el hallazgo, milagro pensé, en mejor momento, toda vez que acababa de hablar con mi amigo Juanjo Mardones sobre la tonta vida del columnista, que tan pronto como ha publicado una pieza se encuentra sin nada que llevarse a la prosa, desorientado y convencido de que no volverá a componer un artículo, no porque se haya olvidado de poner una palabra delante de otra, sino por falta de tema. Contaba John Berger en su espléndido libro “Fama y soledad de Picasso”, que el gran problema del autor de “Las señoritas de Aviñón”, en los últimos veinte años de su vida, es que le faltaban temas. De manera que si mi paisano Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad Ruiz Picasso (todos esos nombres le pusieron al futuro artista) andaba ayuno de temas, no les quiero decir yo. Mardones no tiene el problema del tema (¡dulce cacofonía!), porque cultiba altenativamente la pintura y la literatura, y cuando no le vienen las ideas a la pluma, coge el pincel y se lanza lienzo adelante, y viceversa. Ahora tiene en el horno un libro que es una auténtica delicatessen. “Nueve años y medio” es el afortunadísimo título de esta nueva entrega de Juanjo, que desde hace mucho tiempo está empeñado en ser el detective que descubre los enigmas de su propia biografía. Pensando en las cosas de Juanjo y echando una palabra por aquí y otra para allá, para ver qué sale, sin muchas expectativas, he ido olvidándome de mi cuaderno rosa, al punto de que cuando he querido volver a echarle una ojeada había desaparecido nuevamente. Y empiezo a lamentarlo, sí, porque creo que se merecía una relectura, que tal vez escondiera una buena idea que no he sabido ver.
Original en elobrero.es
JUAN ANTONIO TIRADO
Juan Antonio Tirado, malagueño de la cosecha del 61, escribe en los periódicos desde antes de alcanzar la mayoría de edad, pero su vida profesional ha estado ligada especialmente a la radio y la televisión: primero en Radiocadena Española en Valladolid, y luego en Radio Nacional en Madrid. Desde 1998 forma parte de la plantilla de periodistas del programa de TVE “Informe Semanal”. Es autor de los libros “Lo tuyo no tiene nombre”, “Las noticias en el espejo” y “Siete caras de la Transición”. Aparte de la literatura, su afición más confesable es también una pasión: el Atlético de Madrid.