«LO MEJOR PARA ESPAÑA»
Es un mantra que, con ligeras variantes, utilizan dirigentes del PP y del PSOE; los separatistas están en otras tareas y preocupaciones. A primera vista es un planteamiento que no puede suscitar nada más que apoyos. En segunda lectura, la cosa ya puede cambiar, sobre todo cuando nos interrogamos sobre lo que es «Lo mejor para España». Todo parece indicar que, incluidas las poco fiables encuestas, sería bueno para este país que hubiera un nuevo gobierno lo antes posible, dada la urgencia de los retos económicos (cumplimiento del déficit, deuda pública, reducción del paro, desigualdad social) y políticos (Cataluña, especialmente).
Frustrada la posibilidad de un gobierno de regeneración, por la conjunción negativa del PP y PODEMOS, tras las elecciones del 20-D, el Partido Popular no ha dejado de insistir en presentarse como la única fuerza «legitimada» para formar gobierno, tras ser el grupo más votado (que no el «ganador») en dos comicios consecutivos. Y, además, recargada su argumentación tras el acuerdo con CIUDADANOS, que le coloca a las puertas de la mayoría necesaria. Sus propuestas de negociación no han pasado el límite de generalidades, sin bajar al terreno de lo concreto. En definitiva, bajo la óptica del PP, «Lo mejor para España» es un gobierno presidido por Mariano Rajoy, perdedor de una mayoría absoluta nunca vista, protagonista del primer rechazo a encabezar la formación de gobierno a propuesta del Jefe del Estado, e incapaz de lograr los apoyos necesarios para conseguir la viabilidad de un ejecutivo que rompa el impase político. A lo que hay que sumar que encabeza una formación política cercada por casos de corrupción, como es el «caso Gürtel» o el apoyo manifiesto al extesorero del PP (Luis, sé fuerte); razones más que suficientes para quedar invalidado como dirigente político en una democracia de mayor peso específico.
Tras deshacerse de su secretario general, la plana mayor del PSOE se plantea que «Lo mejor para España» es la abstención ante un nuevo intento de investidura del candidato popular. El golpe de mano devino en aquelarre chapucero que ha dejado el prestigio del PSOE por los suelos. Ir a unas terceras elecciones plantea un negro panorama: resultados catastróficos propios, sorpasso de PODEMOS y posible mayoría absoluta del PP. Lo que se pretendía impedir (un intento de Pedro Sánchez de constituir gobierno con la formación de Pablo Iglesias y los independentistas) ha desembocado en una división interna y en una crisis de identidad que puede ser el anticipo del paso a la irrelevancia, si no se acierta con las medidas a tomar. La situación se ha revertido de tal forma que el Partido Popular ha pasado de pedir la abstención del PSOE para formar el necesario gobierno («Lo mejor para España») a plantear un compromiso más estable, con la amenaza de unas terceras elecciones, vistas con terror por la actual dirección socialista.
Un manifiesto de unos 500 intelectuales pedía, como forma para enderezar el rumbo del país, salir de la cloaca de la corrupción y enfocar la recuperación económica por derroteros mucho más equitativos, donde el crecimiento del PIB no fuera un mero dato estadístico, si no una prueba evidente de avance social, la formación de un gobierno de regeneración. Su planteamiento era una «utopía razonable»: un ejecutivo formado por PSOE, PODEMOS y CIUDADANOS. El rechazo expresado por los que no hace mucho se mostraban como colegas en tertulias televisivas (Pablo Iglesias y Albert Rivera) ha hecho que la petición del manifiesto no fuera ni leída. Así las cosas, todo parece indicar que con abstención del PSOE o con terceras elecciones la única opción viable es la de la continuidad. No obstante, el futuro no está escrito y la luz que se vislumbra puede ser la del final del túnel y no la de la locomotora que nos puede arrollar.