Llegué, exhibí y vencí

Se dice que las ferias, especialmente las más importantes, son las auténticas fuentes de nutrición del arte contemporáneo. ¿Excesivo? Quizás, aunque ya es lo habitual comentarlo en este mundillo, que se alimenta constantemente de sus protocolos, ceremonias, sumarios y cotilleos. Indudablemente se constituyen como bases de lanzamiento de aquellos artistas que, de no ocurrir algo anormal, serán a partir de entonces los más cotizados mundial y estratosféricamente.

No obstante, el que su obra llegue a mostrarse en un certamen de este tipo es el resultado de un proceso de validación que se inicia cuando consigue formar parte de la plantilla de un marchante de máximo renombre. Después vienen las exposiciones en galerías, muestras mayores y menores, ventas a coleccionistas de todo el planeta –incluidos los más destacados obviamente- y a museos importantes (a los que también se les hacen donaciones, cierto que la mayoría de los casos, excepto en España, por razones fiscales). Mas el proceso a partir de aquí, una vez alcanzada la cumbre, toma otra dirección, pues de lo que se trata es de que el artista mantenga desde ahí arriba el pulso de manera constante, aguante la presión y no se venga abajo.  

Pero ¿cuántos de ellos llegan? Pocos, muy pocos, y no siempre son los mejores, al revés, algunos de ellos son infumables –desde mi particular análisis de la estética y su práctica- y, es más, nunca llegaron y llegarán a ser verdaderos creadores y menos a saber entender la insoslayable dimensión del arte y de lo que éste requiere. 

Gregorio Vigil-Escalera

De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)