Líbrenos el futuro de un salvapatrias. Fernando González

Acabado el Debate sobre el Estado de la Nación, nadie se ha movido ni un milímetro de sus posiciones políticas. Cualquier día de estos  se nos presenta un salvapatrias o se nos aparece un payaso demagogo y populista. Están empujándolos al escenario de la vida pública. Nuestros políticos se trabajan el terreno a conciencia, lo roturan y lo abonan con sus propias manos, de sol a sol, con una dedicación irresponsable digna de mejor causa. Las lluvias de la crisis económica terminarán la faena. Ya se ven, incluso, los primeros brotes de una cosecha de espigas ennegrecidas, pero ellos siguen cultivando las simientes de la corrupción, los incumplimientos y la partitocracia aristocrática.  Cuando estalle en pedazos el sistema, como ha reventado en Grecia o como se desintegró en Italia, tendrán que vérselas con los invasores y entonces todo será mucho más difícil.

Y así seguimos, acostumbrándonos al desfile por la pasarela judicial de politicastros chorizos, banqueros sin escrúpulos, pagadores sinvergüenzas, patronos aprovechados y nobles avariciosos de cara impenetrable. Una galería rebosante de tipejos culpables de fechorías sin cuento. Apenas se cierra un proceso y hay que abrir otro, se imputa a un desalmado y de él cuelgan muchos más repartidos por todas partes, extendiéndose como una mancha de crudo oscuro y viscoso. Entonces comienzan las excusas encubridoras, las acusaciones mutuas y las amenazas al mensajero. Un ceremonial que suele terminar cuando algún imbécil enciende el ventilador que esparce la porquería a diestro y siniestro.

Desde que retiraron del machito a Suárez y se apagaron los focos de la transición, los herederos de aquella coyuntura se han encargado de administrarnos y de repartirse todo el poder. Hasta ahora parecía un síntoma de normalidad, una consecuencia lógica de la estabilidad que los constituyentes quisieron para España, pero algo está fallando en el mecanismo democrático y el invento comienza a destriparse, a caminar ruidosamente como esos cacharros viejos listos para el desguace. El Centro de Investigaciones Sociológicas ha detectado la avería, simplemente con analizar los últimos chequeos que aplica a nuestra sociedad. El diagnostico está muy claro: los dirigentes y su forma de hacer las cosas se han convertido en una de las preocupaciones más acuciantes de los encuestados. Lejos de ser una solución a los males padecidos, aparecen como una de sus causas. Seguramente es una apreciación injusta que castiga a una mayoría de justos por culpa de una minoría de pecadores, un fenómeno producido por cierta amnesia colectiva que olvida de dónde venimos, pero es lo que hay.

El Partido Popular gobernante y su principal oposición socialista, cómodamente  institucionalizados, pierden simpatías y apoyos populares, encastillados ambos en un enfrentamiento de vodevil titulado “ y tú más”, ajenos como están a  las reclamaciones de sus representados, se van desdibujando en el paisaje de una España deprimida y desesperanzada. Los espectadores, estupefactos y aburridos, abandonan la sala donde se repone cada día una función que se saben de memoria. La teoría de los vasos comunicantes no funciona en el caso del PP y el PSOE y puede comprobarse que el segundo no crece en proporción a lo que pierde el primero. Tampoco lo hacen las alternativas minoritarias, víctimas del reparto electoral y de sus propias carencias programáticas. Aquellos indignados de la Puerta del Sol siguen acampados a la intemperie, atornillados a sus tenderetes de buenas intenciones y mercancías utópicas, de tal forma que alguna mañana de estas la maquinaria de la realidad se llevará sus sacos de dormir y las flores marchitas caídas en el asfalto.

El preparado se va macerando lentamente y vaya usted a saber lo que saldrá de la probeta. A estas alturas, lo único que le pido al destino es que nos libre de los iluminados que ya pueblan Europa. Si no fuera así, ellos tendrán la culpa.